Teníamos cierto resquemor acerca de lo que podría salir del trabajo de Kiarostami con actores profesionales y en un espacio que no es el suyo, y tan marcado por cierto kitsch cultural como es la Toscana. Bueno, pues todo eso está en el film, que hasta la fecha me parece, con diferencia, el mejor de la Sección a concurso (si bien me he perdido el Leigh, qu acumula hasta el momento las mejores críticas).
Kiarostami sitúa a sus dos personajes, interpretados por Juliette Binoche y el barítono William Schimell en la Toscana, los une en el plano, y lo que surge es... una revisitación absolutamente consciente de Viaje a Italia de Rosellini. La pregunta que flota en el film es esa: ¿cómo puede relacionarse un artista que viene de otra cultura tan rica como la occidental (la persa) con nuestro enorme legado? La respuesta refleja cierta esterilidad, probablemente (algunos abucheos se escucharon al final de la proyección), pero también una mirada sobre ese legado diferente a la de, sin ir más lejos, Godard. Para Kiarostami, el carácter sublime del original (el film de Rosellini, el arte grecolatino, el renacimiento) permite su repetición sin que se devalúe la belleza del planteamiento.
Lo que aporta Kiarostami es una reflexión acerca del vaciado de lo sagrado en nuestras relaciones: en el film los elemntos sagrados abundan (iglesias, campanas que repican constantemente, cuadros que hablan de la dimensión sagrada del cuerpo femenino), pero la pareja protagonista es ya incapaz de volver a conectar con ese sentimiento, sobre todo por parte masculina (por cierto, otro escritor) que no recuerda el momento fundacional de todo matrimonio, el día de la boda (que es como decir el día de la promesa, una de las dimencsiones simbólicas más radicales en el ámbito de la palabra).
Inolvidable la aparición como modesto destinador simbólico de Jean Claude Carriere, que aconseja al protagonista que haga un mínimo gesto de apoyo hacia su mujer, un grado cero de complicidad que finalmente resulta inútil.
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