Godard no ha aparecido por Cannes, al parecer le ha enviado una carta al director del Festival pero que ya ha leído todo el mundo, en el que suelta alguna boutade explicando su ausencia. Un genio de las relaciones públicas, porque conseguir vender Film Socialisme tiene mérito. Me acompañó a la proyección Julio, compañero de la tele, y a la salida confesaba que no había entendido nada y que nunca había visto una peli así.
La primera parte transcurre en un crucero que surca el Mediterráneo, como siempre Godard acumula imágenes de todo tipo, desde las sublimes del gran arte a las triviales de la publicidad, pasando, por supuesto, por los desastres que recogen a diario los medios y que conforman nuestra visión de la contemporaneidad. A su vez, los personajes que dan vueltas por el barco desgranan citas, o más bien balbucean, porque prácticamente ninguna frase se termina, ningún discurso acaba siendo articulado a partir de la gran tradición occidental (que aquí, en los famosos rótulos godardianos, alcanza a todos los alfabetos de nuestra cultura, hay textos en ruso, hebreo, árabe...). Esta extremada parcelación del discurso se lleva al extremo en los subtítulos en ingles, que sólo reproducen dos o tres palabras de cada frase, las palabras clave, pero sin que se coordinen mediante verbos (sólo se subtitulan los textos franceses, cuando alguie habla en -sobre todo- alemán, Godard deja al espectador in albis). Como se ve, el director lleva su tendencia a la asignificancia al extremo, así como su reflexión acerca de la imposibilidad de los discursos heredados para hacerse cargo de los conflictos de nuestros días (que, como es sabido, para Godard arrancan, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial, y en especial el holocausto).
Pasamos después a una familia que vive trabaja en una gasolinera/taller, y a la que importunan sin parar unos reporteros de TF3, sin que su asedio sirva para mucho, como si la vida cotidiana fuera irreductible al discurso dominante (a nivel sociológico) de nuestros días, el de la televisión, con esas cámaras siempre focalizadas por lo terrible.
Y como es de esperar, así se cierra el film, la subjetividad se evapora y asistimos a la clásica acumulación de imágenes de archivo que el director suizo suele utilizar en sus filmes ensayos.
Una curiosidad, que sirve de ejemplo perfecto de las intenciones de este desconcertante e interesantísimo texto: en el apartado dedicado a Barcelona, se nos muestran imágenes de la Guerra Civil Española y de una jugada de Messi: entre el horror y el espectáculo, definitivamente el lugar de la Palabra en nuestro tiempo ha desaparecido.
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