"El amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviende de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en su corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítsenos añadir que este amante del que estamos hablando no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra.
Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que ya es un abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso (...). Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor."
La balada del café triste
Carson McCullers escribió El corazón es un cazador solitario, su novela más conocida y leída, con ventipoquísimos años. Gran esperanza blanca de la literatura sureño-femenina, probablemente optó de forma involuntaria por convertirse en una escritora de culto antes que en una escritora verdaderamente grande, por lo que su caso se puede asimilar al de Jane Bowles, a la que la McCullers parece ser que persiguió de manera insufriblemente perseverante cuando coincidieron en Nueva York. Hace más de veinte años que no la leía, pero el otro día me tropecé con un volumen que traía sus novelas cortas y relatos, y descubriendo que se había reeditado también recientemente la primera novela ya citada, imaginé que nuevas generaciones se habían enganchado nuevamente al mito de esta adolescente andrógina, así que aproveché la ocasión para leer Reflejos en un ojo dorado y releer La balada del café triste, cuya larga cita que abre esta entrada concentra el ideario ético de la escritora, cuyos relatos giran alrededor de todo tipo de atracciones más o menos perversas (en el sentido freudiano del término, esto es, la sexualidad genital está ausente del territorio McCullers) entre improbables personajes: en La balada ... una asexuada lesbiana cae fascinada por un enano jorobado que a su vez se enamora fatal y perdidamente del ex de la primera, un psicópata avant la lettre que pudo ser redimido por el incomprensible amor que le asaltó por su mujer, si no fuera porque ésta manifiestamente odiaba la intimidad física. Así contado puede parecer rebuscado (lo mismo se puede decir de Reflejos..., un relato que exuda por todos los poros la influencia de los casos clínicos de Freud, y especialmente el de Dora), pero parte del encanto de su lectura proviene de la apacibilidad que transmiten. Si me lo encuentro en la bibliotece desde donde escribo, me sacaré El corazón... para leer esta Semana Santa, y ya contaré.
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