Aprovechando que pasaban La ley de la calle en el Círculo de Bellas Artes obligué a mi hijo mayor a que me acompañara a verla. Yo la vi en su día con una edad similar a la suya, y esperaba que mantuviera el mismo poder de fascinación que yo recordaba. Coppola hizo un díptico sobre la obra de Susan E. Hinton (que también colaboró en los guiones), Rebeldes y Rumble Fish, en los que retrataba a adolescentes haciendo sus pinitos en el mundo de los adultos mientras los devastadores efectos del consumo de drogas hacía su aparición en los barrios de clase baja. Rebeldes pasaba por ser la peli naif y comercial, y La ley de loa Calle la personal y arriesgada.
Vista hoy, Rumble Fish resulta pretenciosa y agotadora, como suele suceder cuando un director se considera por encima del material narrativo con el que trabaja, y se ve obligado a mostrar sus talentos. La película está llena de angulaciones aparatosas (el uso del gran angular raya en ocasiones con el ridículo), efectos de sonido extradiegéticos y trucos visuales como aceleraciones o ralentis, aparte citas prestigiosas a Bergman o Fellini. Al final, de lo que se olvida es de los personajes, convencido como está el director de estar esculpiendo personajes míticos allí donde sólo había costumbrismo. Pero el problema de la inmortalidad pétrea es que se olvida de la carne, y es improbable que ningún espectador acabe sintiendo interés por Rusty James (un pasadísimo Matt Damon) y su idolatrado hermana, el carismático chico de la moto (un demasiado atractivo Mickey Rourke, imposible de creer como veinteañero, aunque realmente magnético).
Coppola lleva años sin rodar, aunque está a punto de estrenar una película basada en un libro de Michael Ende, y anda preparando un rodaje en Argentina del que se ha oído hablar mucho. Veremos como se mantiene quién fue un director idolatrado del último tercio del siglo pasado.
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