Si escribes este nombre en google te salen un listado de insultos que harían empalidecer de envidia al mísmísimo Jiménez Losantos, sin que, por otro lado, haya mezcla alguna con nada parecido a un elogio. Guillermo se hizo (más o menos) famoso tras tener atado un perro vagabundo en una galería de arte hasta que se murió de hambre (el perro, no Guillermo). La web se ha llenado de peticiones de firmas para que este montaje no vaya a una bienal de arte centroamericano, donde ha sido invitado a participar, suponemos que con otro perro (u otro animal). En estos días se estrena un documental en el que se muestran los mecanismos de procesamiento de los alimentos, entre los que destaca (visualmente) el momento en que los animales son ¿sacrificados?¿ejecutados?, elemento central en una película reciente, Fast Food Nation, en que las imágenes de un matadero adquirían un tinte apocalíptico y onírico. Tal vez sea que el único espacio que nuestra cultura no considera sospechoso (por ahora) sea el del horror de la aniquilación del cuerpo.
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