Cualquiera podría imaginarse que una obra de teatro en la que se recrea el encuentro que tuvieron Descartes y Pascal, y que consiste en un diálogo ininterrumpido acerca de diferentes concepciones teológicas con algún pequeño suspense alrededor de nombres de los que sólo saben los especialistas en la época sería pasto de teatros alternativos con dos docenas de espectadores. Pues no, la sala grande del Español estaba hasta arriba para escuchar como Pascal le tiraba anzuelos a Descartes para que se adhiriese al integrismo jansenista, y como Descartes picaba a Pascal para que se dejara de delirios fundamentalistas y pusiera a trabajar esa mente privilegiada que le había sido concedida. Jean-Claude Brisville se inventa el contenido del diálogo, porque según se cuenta en la nota de prensa ni Descartes ni Pascal dejaron constancia del contenido de su conversación de varias horas. Descartes era ya famoso y las cortes ilustradas se lo rifaban, mientras que Pascal era un genio precoz de las matemáticas que desconfiaba de las potencialidades de su poderosísima inteligencia, y abrazó la causa del jansenismo, esa especie de versión católica del protestantismo que surgió en Francia y que fue bastante perseguida, entre otras cosas porque arrasó entre zonas muy poderosas de la aristocracia (a mí ese ansia repentina de pureza que le entró a la muy libertina nobleza francesa del XVII siempre me ha recordado a la pasión desaforada por el puritanismo estalinista que le entró a la aristocracia oxfordiana gay de los años 30 del siglo pasado). Aunque Descartes es figura clave en la historia de la filosofía occidental, que levante la mano quien lo haya leído si no es por obligación; Pascal, sin embargo, con esa conciencia atormentada por las presiones que ejercía sobre su fe compulsiva los avances científicos de su época, es casi un best-seller en nuestros días, y sus Pensamientos salen constantemente en ediciones de bolsillo (es curioso como se han puesto de moda entre lo que queda de la intelligentsia europea los escritores católicos más radicales, ya no sólo Pascal o Kierkegard o Chesterton, hasta Leon Bloy y Joseph de Maistre, por no hablar de San Agustín, al que de repente todo el mundo se ha puesto a leer, o el mismo San Pablo, sobre el que han escrito Badiou, Ambagen y Zizek, y seguro que me dejo alguno). Tal vez el más famoso de esos Pensamientos sea el de la apuesta por la salvación, aunque sólo sea por la cancha que le dio Rohmer en Mi noche con Maud; a mí el que más me gusta es el de que el hombre empieza arrollidándose y la fe viene luego ( o algo así, y es que realmente creo que en el hombre antes es el rito y el ceremonial que la creencia.
Flotats recrea de manera excepcional a un flemático y (aparentemente) acomodaticio Descartes, algo incómodo con su fama, entregado a una vida nómada, aturdido ante la vehemencia y el nihilismo de un Pascal al que la imagen de talibán que se le da no acaba de cuadrar con como lo imagino, aunque aquí se nos presenta en el momento en que ha entrado en contacto con el fuego purificador del jansenismo, una corriente religiosa radical que, como la Reforma, venía de San Agustín y, curiosamente, Baltasar Gracián, y a la que se miró con bastante desconfianza pero que se ha mantenido más o menos viva en ciertas regiones de la cultura francesa, y cuya última eclosión importante se manifiesta en el cine de Bresson. La obra comienza en el momento en que los dos pensadores se encuentran, y tras las cortesías de rigor empiezan a medirse con cierta desocnfianza. Tras la aparente aridez de la propuesta se encuentra una obra apasionantemente construida, casi como una partida de ajedrez en que los contendientes se tienden trampas dialécticas, sobre todo por parte de Pascal, empeñado en llevar al filósofo europeo de moda al huerto de sus creencias. Descartes contraataca con inteligencia, y para acabar le tienta con la posibilidad de llevar a buen fin todas sus investigaciones científicas, tentación que Pascal rechaza un poco como Cristo frente a Satanás. Aunque ambos filósofos eran creyentes sinceros, la obra señala que no hay posibilidad para el trazado de puentes entre ambas concepciones del mundo. El integrismo católico vuelve a ocupar páginas de periódicos en nuestros días, pero es obvio que El encuentro... señala al fundamentalismo religioso realmente existente (y operativo socialmente) en nuestros días, el islámico, y no parece que Brisville sea muy optimista con respecto a diálogos entre civilizaciones.
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