viernes, 6 de febrero de 2009

Regreso a casa, de Pinter


Regreso al hogar comienza poniendo en escena al padre de la horda freudiana, un hombre que aplasta a sus hijos imponiendo arbitrariamente su voluntad mediante la amenaza constante de la fuerza. Desgraciadamente para él, sus hijos habitan algún otro género literario y se mofan abiertamente de sus pretensiones, ridiculizando sus actitudes, que básicamente se reducen a ensalzar épicamente un pasado que misericordiosamente podríamos calificar de mediocre. Nos encontramos con una familia compuesta exclusivamente de varones que no se molesta en aparentar verosimilitud alguna: tenemos desde un catedrático de filosofía hasta un representante del lumpen proletariado más cerril, y cuando se juntan parece que se entretienen en poner en práctica todo tipo de rituales tribales más o menos extraños, salvo los que uno imaginaría que corresponden a su tiempo y espacio, que son los de la Inglaterra obrera de mediados de los sesenta: así, se pelean con ferocidad por la comida (un bocadillo de queso) o un objeto mágico/banal (unas tijeras) mientras que se sueltan a la cara las mayores barbaridades con total impasibilidad.
En este desconcertante universo aparece el hijo pródigo (el profesor de filosofía) acompañado de su esposa, pensamos que para presentarla en familia pero en realidad para entregarla como objeto para disfrute sexual del resto de la manada. Esto puede parecer sórdido, pero en la obra se cuenta con feroz comicidad (a la que el excesivo respeto con el que se acomete la adaptación no hace justicia, o tal vez el respeto lo llevamos puesto los espectadores, que vamos a degustar un Pinter): algo acobardados los machos de la camada, tiene que ser la mujer la que ponga en escena su condición de carne disponible, y al final uno se va con la impresión de que se los va a merendar a todos.
En cualquier caso, Pinter parece empeñado en frustrar las hipótesis que va imaginando el espectador, incluso en la misma escena pasamos de un registro, o un género, a otro; este hábil desconcierto hace que la obra pueda ser admirada pero a mí me aburrió un poco, con esas facilidades que da para marcharte de la historia.

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