viernes, 27 de febrero de 2009

Las Damas del Bosque de Boulogne

El otro día me pasé por la paupérrima videoteca del centro de la Escuela de Idiomas donde estudio francés, y entre un pupurrí de aburridos y previsibles dvd refulgía la edición de Las Damas del Bosque de Boulogne que ha sacado la Fnac. Tengo la impresión de que los exégetas bressonianos miran un poco por encima del hombro esta peli (y todavía más Los ángeles del pecado), pero me consta que existe una secta de espectadores devotos que siempre que pueden se acercan a ver en pantalla grande este film absolutamente hermoso, con el extra añadido de poseer uno de los finales más memorablemente sublimes que se hayan rodado nunca.


Y tampoco es una secta para iniciados: Las Damas... es el film, seguramente, más transitable de Bresson, aunque ya apunta aquí su afición por la abstracción y el ascetismo formal. Rodado en el París de la ocupación alemana (curiosa la ferocidad con la que el film elimina todo lo que no tiene que ver con la historia), parte de una de las muchas historias que se cuentan en Jacques el Fatalista. En el libro creo recordar que ocupa dos páginas, y sólo se plantea el nudo argumental, que queda sin resolver. El tono lúdico de Diderot se transforma en un salvaje melodrama jansenista de la mano de Bresson, que contó con la colaboración del más improbable de sus compañeros, Jean Cocteau, que llena los diálogos de brillantes aforismos (mi favorito, nada más empezar la película, el que le dirige a la protagonista un enamorado rechazado: "No existe el amor, il n'y a que de preuves d'amour") que acaban resultando terroríficos por la manera en que resuenan en el centro neurálgico del texto, el rostro ensimismado en la pasión monomaníaca que anima a María Casares, donde se combinan una determinación helada y una pulsión arrasadora.
Ese abismo tan oscuro como los vestido que siempre lleva resulta invisible para Paul, su ex amante, un seductor que se mueve como pez en el agua en el brillo de los salones parisinos pero ciego para los movimientos de fondo que se producen en un alma femenina profundamente herida, y sobre todo incapaz de imaginar adonde puede llegar el alcance del odio de una mujer. Pero Agnès, el objeto sacrificial que Hélene utilizxa para sus maquinaciones de demiurgo demoníaco (y por lo tanto infalible), sí lo intuye; y lo que aprecia le resulta tan aterrador que prefiere volover a su pasado prostibulario antes que seguir enredada en el juego del que sabe que no puede escapar.
Ejemplar encarnación de la máxima taoísta-hitchcockciana de que menos es más, la economía de elementos de la película hace que estos brillen con un abanico de significados que el cine perdió por el camino hacia la modernidad y, sobre todo, hacia ese cáncer de la verosimilitud, empezando por el uso de la iluminación. Aquí los pares de opuestos tienen una densidad casi metafísica: día/noche; exterior/intrerior; negro/blanco: como en el cerdo, en esta película no se desaprovecha nada; hay que estar atento a pequeñas modulaciones, ver como cuando el espacio se contrae (el ascensor, el interior de un coche) algo intenso se aproxima; cuando unas flores (omnipresentes heraldos de la corrupción en todo el film) hacen su aparición en el plano es que algo del orden del Mal (hay que tener cierto oído para las categorías teológicas para apreciar Las Damas...) se va a manifestar, al agua hace su aparición en los momentos en que Paul y Agnes se encuentran: la cascada del bosque, a medio camino entre la Naturaleza y la Civilización, simbolizados respectivamente por la lluvia y la fuente que hay en la plaza frente a la casa de las damas recogidas.
Con esa ingenuidad propia de los expertos, éstos copiaron el aparente desdén de su autor por la película. Bresson se iría despojando progresivamente de los actores profesionales, de la música de fondo, de los complejos movimientos de cámara. La evolución de su filmografía es uno de los procesos artísticos más apasionantes del siglo XX. Pero a algo tuvo que renunciar en su periplo, o tal vez era ya imposible repetir la incandescente intensidad dramática der este film incomparable (tal vez sólo Gertrud, pero aquí ya vemos a la protagonista envejecer, acaba sola su trayectoria vital, ningún hombre está a la altura del gesto heroico de Paul). Pienso que Bresson era consciente de ello y escondió el secreto tras el manto del menosprecio, una actitud infaliblemente eficaz ante los especialistas, siempre dispuestos a ser más papistas que el Papa, y nos dejó a los legos el regalo del film más romántico de la historia del cine.

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