Ayer Mercedes nos llevó al equipo bloguero al completo a cenar calçots y estuvimos hablando de la novela más conocida (junto a La piedra lunar) de Wilkie Collins, que Susana y la propia Mercedes se están leyendo en estos momentos. A menudo me dediqué a predicar en el desierto recomendando este libro a mis compañeras, sin recibir otra respuesta que la más absoluta de las indiferencias; pues basta que una se lo haya empezado a leer para que la otra haya hecho lo mismo, y como es ley infalible en este mundo que basta leer unas páginas para quedar irremediablemente enganchado a las cuitas de Walter Hartright y Laura Fairlie, las dos no hablan de otra cosa y es fácil encontrárselas leyendo a la luz de las farolas en cualquier esquina, muy nerviosas ante la posibilidad de que les avance algún detalle del desenlace.
A las dos le quedan por delante un montón de rocambolescas revueltas argumentales, que el bueno de Collins no se cortaba a la hora de pegar salvajes saltos narrativos, pero voy a contar las razones por las que creo que este es el más memorable de los tochazos que escribió su autor (que en los últimos años han ido siendo publicados por Alba y Montesinos de manera masiva), y que no tienen que ver con la pareja principal, los convencionales Walter y Laura, enredados en su historia folletinesca e interclasista, sino con el tándem Mary Halcombe/Conde Fosco, verdadero golpe de genio narrativo. El Conde Fosco es uno de esos personajes diabólicos y omniscientes que han ido poblando la narrativa contemporánea, que técnicamente podríamos llamar el Destinador Demoníaco Omnipotente (a partir de ahora, el súper malo), y que en la novela es el demiurgo que mueve todos los hilos de la trama. Frente a él, el único personaje que en el campo de los buenos está a su altura es Mary Halcombe, la hermanastra feúcha y megainteligente (las dos cosas van conectadas, la consciencia de no dar la talla en el campo del deseo hace que Mary sea impermeable a las fantasías imaginarias, y es de una lucidez devastadora), empeñada en frustrar los planes del súper malo.
El punto fascinante del relato es lo que podríamos llamar La Fascinación por la Bondad, esto es, la pasión desaforada e imposible que el Conde Fosco empieza a alimentar por Mary Halcombe, y que eleva el libro de artefacto literario hipereficaz (esa sensación que tiene uno al terminar las novelas de Collins de que se haya ante una maquinaria perfecta, pero inanimada) a obra maestra.
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