Este podría ser el título de una película alternativa de rollo social que se presentase, sin ir más lejos, en el festival de Cannes. Pero no, no es ni siquiera el título de un cortometraje de tercera b de cine español, es una historia verídica.
Una serie de despropósitos me han llevado esta tarde de compras por el centro (con el bebé en el carrito), donde ha ocurrido todo. Resulta que mi hijo de nueve meses crece sin parar, tan si parar que los pantalones que lleva son ya de una talla menos de lo que necesita y a parte de quedarle ridículos cada vez es más complicado meterle dentro; sólo tiene tres medio válidos, y como ahora ya se arrastra por todas partes y además raro es el día que no se mancha durante la pelea de la merienda, es difícil que se los pueda poner dos días seguidos. Tiene un montón de ropa de verano, pero como no termina de hacer verano, pues no sirve para nada. Resulta que mañana es San Isidro, festivo en Madrid, todo cerrado a cal y canto. Resulta (lo repito) que hace mal tiempo, esta tarde era imposible plantearse ir al parque, con amenaza de lluvia, frío y viento. Así que, me he dicho: pues es la tarde ideal para ir con Marc a comprar pantalones de auxilio, que deberán servirle además para las tardes frescas del mes de agosto en el pueblo.
Hemos subido a pie hasta el centro (inciso: de camino hemos entrado en la librería-café junto a la filmo, porque tenían en el escaparate un libro de Angel Wagenstein que me ha llamado la atención y he pensado que si tenían Si esto es un hombre de Primo Levi me llevaba los dos, pero como no ha sido así, hemos salido igual que hemos entrado). Y en Carretas hemos entrado en Zara, donde he comprado un pantalón largo y un peto de rayitas monísimo, monísimo. De ahí, a la plaza de Callao, a Benetton. Después de mirar en varias estanterías y decidirme por unos vaqueros y un par de camisetas de algodón y pedir la talla correspondiente a una dependienta me he ido a la caja a pagar.... y a descubrir que el bolsillo de la bolsa del carrito del bebé donde guardaba la cartera estaba abierto y vacío. Y lo he visualizado todo de manera inmediata. Mientras miraba la ropa y las tallas, en varias ocasiones me he separado del carrito medio metro, sin perderlo de vista nunca pero sin apoyarme en él ni proteger la zona donde va la bolsa. Como tengo un hijo tan guapo, tan simpático, tan risueño (incluso el pediatra lo puso en el último informe de la última revisión: es simpático), y que va haciendo amigos allí donde va, pues se han acercado a mirar de cerca semejante maravilla de la naturaleza y a hacerle carantoñas varias personas, mujeres todas, solas o en grupo. Y evidentemente una de ellas (porque ha sido una de ellas, eso es cien por cien seguro) abrió el abultado bolsillo de la bolsa del carrito y se llevó la cartera.
En la caja me he sentido sobre todo fastidiada: por no poder pagar la ropa y no poder llevármela, porque no sé si en la próxima oportunidad de ir de compras quedarán tallas, porque en la cartera está TODO lo que necesito para sobrevivir (menos mal que el abono transportes y la ficha de la tele estaban en otro sitio), porque hacer las gestiones burocráticas para renovar toda la documentación es una labor tediosa y costosa en términos de tiempo, que es algo que no me sobra, por haberme despistado dos segundos y no haber sido capaz de detectar los movimientos de la zorra ladrona ...
Inmediatamente he llamado al banco para anular las tarjetas y he hecho una denuncia de robo telefónica. Y entonces es cuando me he enfadado realmente: que los bancos o cajas de "ahorro" me hagan llamar a un número 902 para anular mis tarjetas robadas lo admito, porque ya se da por hecho que es un abuso más que se suma a los múltiples abusos de cobros de comisiones de la banca. Pero que el número de la policía (servicio público) para denuncias sea un 902 en el que me han hecho estar a la espera de ser atendida exactamente siete minutos más los otros diez minutos en los que he detallado los hechos me ha parecido un nuevo robo, y dos seguidos en una tarde son un exceso.
Para rematar esta tarde fantástica, de vuelta a casa, esta vez en metro, al llegar a la estación de Delicias un cartel con patas anunciaba que el ascensor para salir a la superficie estaba averiado... Un guarda de seguridad me ha explicado (muy amablemente) que acababa de estropearse, pero que podía subir por las escaleras mecánicas. Y cuando le he contestado que sí, que podía subir por las escaleras mecánicas, pero que después quedaban otros dos tramos de escaleras convencionales, con un gesto de impotencia me ha dicho que lo sentía... Le he agradecido (también yo super formal y super amable) las explicaciones y la cero disposición a ofrecerse a agarrar una pata del cochecito (sumo: 11 kg de bugaboo + 10 kg de niño) y me he encaminado a las susodichas escaleras, sin quitarme de la cabeza la famosa imagen de Acorazado Potemkim, repetida, entre otras, en la Grand Central Station de Chicago de los Intocables de Eliot Ness. La vida ha vuelto a sonreírme cuando un apuesto (muy apuesto) joven (o no tan joven, de mi edad o así) ha venido a auxiliarme con una amplia sonrisa nada más ver cómo intentaba salvar el primer escalón, demostrando que, después de todo, y a pesar de la zorras ladronas y de los guardias de seguridad impotentes, vivimos en un mundo civilizado.
2 comentarios:
Qué pesadilla, que te roben la cartera es como robarte la personalidad. Lo que cuentas de los teléfonos de los bancos y de la policía demuestra que trabajan en el mismo gremio que los amigos de lo ajeno.
I'm sorry...
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