jueves, 5 de agosto de 2010

Lecturas veraniegas IV

Acantilado ha publicado las dos novelas más conocidas de Bernard Traven, El tesoro de Sierra Madre y La nave de los muertos, que es la que he estado leyendo este verano. Traven escribió en alemán y no está claro donde nació, vivió las últimas décadas de su vida en México y siempre fue muy celoso de su identidad: Houston siempre sospechó (al parecer, acertadamente) que el supuesto agente que Traven le envió a supervisar el rodaje de El tesoro de Sierra Madre era el propio escritor.

La nave de los muertos me ha parecido una novela extraordinaria. Dividida en dos partes, en la primera el protagonista, un marinero norteamericano, se queda sin documentación en la Europa de los años 20 y pasa a convertirse en un sans papier avant la lettre al que todos los policías del continente meten en chirona antes de expedirlo ilegalmente a algún país vecino. El neovagabundo emprende una peregrinación hacia el Sur, esquivando en lo posible a los agentes de la Ley, hasta que da con un paraíso en el que siempre brilla el sol, nadie pide papeles ni pregunta nada, y donde basta entrar en una panadería y explicar que uno tiene hambre y no tiene dinero para que sea solícitamente alimentado sin mayores averiguaciones. Para pasmo del lector castellano, el país se llama España (y Portugal), y sus habitantes se llevan una lista de elogios desconcertantes. La narración, de carácter oral, está llena de furibundas pláticas anarquistas y es muy divertida.

Por su mala cabeza, el indocumentado acaba formando parte de la tripulación de "El barco de los muertos", uno de los muchos barcos dedicados al contrabando de todo tipo de mercancías que operan al margen de la ley, y donde sólo trabajan marineros que no pueden agenciarse un puesto de manera legal. Por supuesto, las condiciones laborales no tienen nada que ver con ningún convenio y la seguridad es completamente inexistente. Traven se cuida mucho de que el relato no se convierta en una acartonada alegoría de la explotación de la clase obrera por el eficaz procedimiento de ser muy realista y verosímil en la descripción del infernal mundo subterráneo de calderas y fogones por donde se mueve su héroe.

Una novela muy "norteamericana" (entre London y Kerouac) en su apología del individualismo frente al carácter monstruoso de las todopoderosas estructuras estatales.


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