Resulta curioso ver como el interés de los medios y de los críticos se centran, de repente, en una obra, de la que se habla durante un tiempo hasta que es desbancada por el siguiente producto. Providence quedó finalista del premio Herralde, y ha hecho mucho más ruido que la ganadora, una novela de Manuel Gutiérrez Aragón que no parece que haya tenido mucho recorrido.
(A Ferré le han medio censurado su estupendo blog, La vuelta al mundo, por colgar El origen del mundo en una entrada).
Como ya se ha escrito una enormidad sobre el libro, empezando por Goytisolo, tan celoso de proteger a sus jóvenes discípulos, voy a comentar sólo un par de posibles aproximaciones, a partir de los dos comienzos que tiene el libro.
En el primero (con el que se abre la novela), el protagonista, un director de cine que acaba de presentar (un tanto inverosímilmente) su primer largometraje en la Sección Oficial de Cannes, tiene un encuentro sexual marcadamente incestuoso con una mejor mayor que él, un claro trasunto de su madre. A partir de ese momento los encuentros sexuales de Alex franco se multiplican compulsivamente. Estos encuentros tienen un carácter bastante fantasmático, como si fueran plasmaciones de sus diferentes fantasías (lo que en algún caso, como en el de la mujer policía, se hace muy explícito). Este espacio fantasmático se va volviendo progresivamente más siniestro (un poco como en Lynch, una de las referencias citadas en el libro), hasta acabar aniquilando al sujeto.
En el segundo, Alex se encuentra con un personaje mefistofélico que le ofrece un pacto fáustico por el que podrá acceder a todos sus deseos a cambio de lo que antaño se llamaba el alma, y que en nuestros tiempos se ha rebajado de nivel. Se puede entender que la tonelada de ofertas sexuales y laborales que Alex obtiene sin esfuerzo vienen de esta fuente. En este caso lo que Alex tiene que entregar es su inconsciente, que no acaba en ningún infierno ultraterrenal (para infiernos ya está esa Providence pasada por el filtro algo parodiado de las pesadillas de Lovecraft), sino en el limbo de algún disco duro.
Providence, a pesar de ser una novela de clara raigambre cervantina (en la que los géneros literarios han sido sustituidos por la panoplia de imaginería narrativa de todo tipo que nos rodea por doquier), pertenece a esas obras que, en la modernidad, han intentado romper la dictadura de lo "literario" (un poco como las vanguardias huían de lo "artístico"); en ese sentido es un libro "imposible", imposibilidad que aparece desarrollada en alguna de las escenas de la obra, como las del enfrentamiento del director con un escritor español que Ferré pinta de manera algo esperpéntica, pero que no deja de ser de la especie a la que el propio escritor pertenece.
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