Se puede ver este film de James Gray desde dos perspectivas, aunque ocupe un mismo lugar respecto al paradigma narrativo del cine clásico: así, se podría considerar como un momento más en el proceso de demolición de ese paradigma (la perspectiva descendente), o como una etapa de la recuperación de un concepto "duro" del relato, aunque anote en su interior las dificultades para articular, hoy día, un texto acerca de la filiación simbólica, que en este caso bebe del conocido tema del enfrentamiento entre hermanos en su relación con la Ley paterna. Como ocurre en la parábola del hijo pródigo, aquí será el vástago díscolo y contestatario el que finalmente sea el llamado a encarnar esa Ley.
La ambigüedad del film anida, sin embargo, en esa figura paterna (Robert Duvall), siempre amenazado por la debilidad de su posición frente a la violencia de la otra "familia" (la imagen especular "demoníaca"); así, su muerte puede tener un valor sacrificial o manifestar la imposibilidad de mantener su promesa de protección.
El trayecto del protagonista se podría resumir en los dos espacios donde lo vemos en la primera y la última secuencia del film: el club de éxito que regenta, inundado de cuerpos que se mueven compulsivamente (el espacio de la pulsión), y la ceremonia en la que recibe definitivamente el espaldarazo de la comunidad paterna, el departamento de policía (el espacio de la Ley).
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