martes, 24 de agosto de 2010

País de sombras




Lo que de acuerdo con Freud denomino asesinato fundacional -es decir, la inmolación de una víctima expiatoria, a la vez culpable del desorden y restauradora del orden- se volvió a poner en acto constantemente en los ritos, en el origen de nuestras instituciones. Millones de víctimas inocentes fueron así inmoladas desde los albores de la humanidad para permitir a sus congéneres una vida en común; o más bien para evitar que se autodestruyeran.

René Girard, Clausewitz en los extremos


País de sombras, (Seix Barral, 2010, traducción de Javier Calvo) según cuenta Peter Matthiessen en el prólogo, es la reelaboración de una trilogía que en España, que yo sepa, no ha sido publicada. Cuenta la historia de E.J.Watson, un "pionero" de finales del siglo XIX y principios del XX en la Florida salvaje de aquella época, que fue abatido por sus vecinos en una asesinato colectivo. El primer libro narra el mecanismo por el que Watson fue poco a poco considerado un ser diabólico que encarnaba el mal y la violencia que se expandía por aquel territorio sin ley. Así, ese primer movimiento está ocupado por un caleidoscopio de voces que van esculpiendo la imagen que progresivamente se forma la colectividad de ese personaje, al que poco a poco se le va culpando de todos los males (hasta llegar a acusarlo de provocar un huracán devastador como manifestación de la cólera divina). La novela es muy cuidadosa en recalcar que toda esta mitología se alimenta de rumores: nadie parece haber sido testigo de ninguno de los crímenes que se le cuelgan. En cualquier caso, es obvio que el modelo de E.J.Watson es el padre de la horda de Freud: acapara mujeres y aplasta a sus hijos (bastante numerosos).

El asesinato fundacional del protagonista marca el fin de "los viejos tiempos" y marca la entrada de todo el territorio en la modernidad económica: explotación despiadada y científica de sus recursos, por un lado, y la conversión en un parque natural protegido, por otro. De acuerdo con Freud y Girard, es seguro que, en otros tiempos, Watson se hubiera convertido en una divinidad; desdibujada la eficacia simbólica del chivo expiatorio en nuestros tiempos (según Girard), no le queda al protagonista otra que convertirse en leyenda de la literatura popular, que es de lo que se ocupa el segundo libro, que sigue a un vástago de Watson en su peregrinaje en busca de las diferentes fuentes que le pueden indicar algo sobre su malogrado padre, a fin de escribir una biografía (motivo explícito) o, al menos, reconstruir algo de habitable en el espacio del nombre del Padre (País de sombras es una novela asumidamente fundacional, con lo que el tema del origen está muy presente). Resulta evidente que Matthiessen se refleja bastante en ese ser desclasado y potencialmente fallido que es Lucius, el hijo que no llega a nada y que se descubre muy inferior, en su función de escriba, respecto a ese ser desmesurado sobre el que intenta escribir.


Por lo que cuenta el autor, el tercer libro (que me queda por leer) da la palabra al propio Watson (en una conversación se nos hace saber al comienzo del libro que lleva un diario), lo que sirve para explicar la diferencia estructural entre una novela y un texto sagrado: los dioses son poco dados a manifestar su subjetividad.

País de sombras ganó el National Book Award, según veo en la portada de Seix Barral (la edición tiene esos fallos habituales e irritantes en las publicaciones de hoy en día, en las que el corrector de pruebas ha desaparecido, como contaba Mercedes por aquí hace poco), que imagino que es un premio importante, y que curiosamente ya había ganado hace 30 años con el que es su libro más conocido (por lo menos en España), El leopardo de las nieves, publicado en Siruela, si bien yo sólo había leído con anterioridad los hermosos diarios Zen que publicó Olañeta con el título El río del dragón de nueve cabezas.

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