jueves, 10 de diciembre de 2009

Marx 2: Las uvas de la ira



Si mal no recuerdo, en el Manifiesto Comunista se dice que el capital ha arrasado con todas las relaciones sociales tradicionales, sin que quede muy claro si eso es algo positivo o negativo, si bien viendo la fascinación que Marx sentía por el capital lo más probable es que le pareciera estupendo. En Las uvas de la ira vemos una paráfrasis casi exacta del texto en boca de la matriarca del clan, sólo que aquí en forma de queja amarga: la depresión y la posterior rapiña por parte de bancos y latifundistas de las propiedades rurales han condenado a las fuertes estructuras familiares de la América agraria a la extinción.


Antes de centrarse en el periplo de la familia que lleva a cabo su travesía del desierto en pos de una improbable tierra prometida Ford se permite un prólogo curioso, en el que un ex convicto regresa al hogar familiar para encontrarse un lugar arrasado y habitado por peculiares fantasmas, un predicador que ha dejado de serlo y con el que mantiene una vagamente delirante conversación que el director rueda en su mayor parte en un sorprendente plano de fijo de casi cuatro minutos de duración y una especie de okupa que decide quedarse en sus tierras escondiéndose del asedio constante de la policía, que en esta película es retratada poco menos que como escuadrones de la muerte.
Este aire fantastique del comienzo se justifica narrativamente un poco después: las deudas y los bancos y la sequía han expulsado a los agricultores de las tierras que llevaban trabajando durante generaciones, y en su periplo por un país muy agresivo descubrirán que esa relación con la tierra se ha perdido ya para siempre. En un plano muy significativo, veremos que las granjas comparten con los campos de concentración la estética de las vallas y los guardias armados.




No sé como se sentiría Ford con este material narrativo, una historia en la que vemos como la autoridad patriarcal se derrumba, incapaz de hacer frente a la nuevas condiciones con el bagaje moral recibido, y en el que emerge como figura fuerte esa madre que se va haciendo con las riendas del relato y el espacio en el plano. En cualquier caso se muestra leal con la historia: en ausencia del padre, la relación de un estupendo Henry Fonda con esa madre progresivamente inmensa se va escorando hacia el lado incestuoso, e incapaz de inscribir su pulsión (en un ámbito político, por ejemplo) en una articulación plausible, acaba cometiendo un asesinato que le expulsará definitivamente del espacio familiar.
Gregg Toland se puso las botas con varios tours de force con iluminaciones de cerillas y velas, y maneja una paleta de grises que probablemente se ha perdido ya en nuestros días, por lo menos en celuloide (a pesar de lo que consigue el gran Lubtchansky con Garrel), y que en pantalla grande y una buena copia debe de ser de caerse de espaldas (el dvd que he visto está bastante bien).
Y un plano para la memoria, el travelling subjetivo de la familia entrando en el campamento que le devuelve en espejo una miseria todavía mayor que la suya.








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