lunes, 21 de diciembre de 2009

Un rey en Nueva York




Chaplin puede considerarse el patriarca de la estimulante estirpe de actores-realizadores, estirpe que no tiene trazas de extinción. Lo ideal es que la obra de un actor-realizador se prolongue en el tiempo e incluya una reflexión sobre el estatus de su autor en su doble faceta. Eastwood parece más interesado en dar vueltas a su figura como icono del cine de género, aunque hace ya bastantes años que (al menos en Europa) cotiza más como director autoral, papel en el que no parece sentirse muy cómodo (a raíz de las entrevistas y ruedas de prensa en las que le he visto), mientras que Kitano da la impresión de haberse vuelto loco dándole vueltas a su rol como realizador de prestigio. A Woody Allen, sin embargo, parece que le divierte poner en solfa todas sus facetas, hasta la de viejo libertino.



A todos estos directores los hemos podido ver envejecer y deteriorarse, y asumir diversas renuncias a regañadientes, sobre todo en lo referente a las mujeres. En Un rey en Nueva York Chaplin no puede articular en clave sublime su habitual renuncia a su objeto de deseo (como en Candilejas o Luces de la ciudad), ya que la relación entre el príncipe Shahdov y la muy guapa Ann Kay no sale del coqueteo inocuo (nota para Mercedes, en la película hay un divertido gag que remite al leit motiv de Susana y los viejos, en el que la joven protagonista sí posa en el baño para seducir a sus maduros voyeurs, aunque en esta melancólica comedia parece que se nos indica que la mirada es la única actividad sexual que les queda a los protagonistas, Chaplin y su mayordomo).


La obra de Chaplin queda escindida por la llegada del sonoro y la necesidad de desembarazarse del personaje que hizo popular hasta extremos que nos resulta difícil imaginar. En los años 30 Chaplin consigue poner en pie dos obras totales en los que lleva al extremo las posibilidades del personaje de Charlot (Luces de la ciudad y Tiempos modernos), pero es evidente que no puede prolongarse su existencia basada en un arte a extinguir con la imposición del diálogo, el de la pantomima.

Entre Tiempos modernos y La condesa de Hong-Kong (un film tan poco valorado que ni siquiera aparece en el pack de 10 filmes que al parecer están muy bien editados por MK2 a partir de excelentes masters digitales, que es lo más parecido a la eternidad a lo que puede aspirar una obra humana, pack que no está claro si refleja o instituye el canon chapliniano) transcurren 30 años en los que el director consigue hacer cinco películas. Salvo en la citada condesa hongkonesa, en la que si mal no recuerdo Chaplin reduce su presencia a una escena, en el resto el director aprovecha para hablar por los codos y soltar soflamas que hay que leer como discursos que articulan directamente su pensamiento.

En Un rey en Nueva York Chaplin reflexiona sobre el rol del director venido a menos que ha perdido el favor del público (la revolución que lo expulsa del poder no está formada por aguerridos proletarios sino por pulcros burgueses de clase media, los mismos que luego veremos en la sala de cine o en la puerta del hotel solicitándole autógrafos no en tanto artista sino en cuanto celebridad) y que debe sobrevivir viviendo de los dividendos que le procura su fama, que no su arte olvidado, arte al que no se olvida de homenajear en una excelente secuencia en un restaurante en el que tiene que utilizar la mímica para describir a un ensordecido camarero los platos que desea consumir, y en un representación en que se pone en escena uno de los gags más conocidos de El Gordo y el Flaco.





Si el Vagabundo era un desharrapado que hizo millonario a su creador, aquí el personaje que interpreta es el de un monarca arruinado que vive en la opulencia. Chaplin se explaya en una sátira en el que dedica pullas a casi todo lo que le rodea, empezando por el scope y acabando por la educación "creativa", aunque lo más duro se lo dedica al Comité de actividades antiamericanas (Chaplin vivía fuera de EEUU en ésta época, casi exiliado; la película se rodó en Londres y tardó 25 años en estrenarse en Estados Unidos, según leo). En una de las secuencias más siniestras de su filmografía (que por otro lado tiene bastantes más aristas de lo que parece a simple vista) el hijo de una pareja de profesores acusada de simpatizar con el comunismo es conminado a denunciar a los amigos de sus padres, delación que dejará hundido anímicamente al niño (interpretado por el hijo del director, lo que añade espesura al asunto).

Por lo leído en los folletos que reparte la Filmoteca, la recepción los filmes "parlantes" de Chaplin denotan bastante desconcierto, un educado respeto y cierta decepción. La verdad es que he visto recientemente en pantalla grande Monsieur Verdoux y Candilejas, además de Un rey en Nueva York, y me han parecido películas enormes, y bastante sorprendentes; imagino que con el paso del tiempo habrá crecido su prestigio crítico, aunque dada la pereza del estamento académico tampoco lo daría por seguro. Espero poder acercarme a ver El gran dictador y La Condesa de Nueva York (que hace décadas que no veo) y confirman mi entusiasmo por el Chaplin parlante.

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