Tercer encuentro con Stoppard en pocos días, y mi hermano quiere que nos acerquemos al Matadero a ver Rock'n Roll. No había visto Brazil, una cinta de Terry Gilliam que puso de moda las distopías paranoicas allá por mediados de los ochenta, género que imagino que desapareció con el 11-S, cuando la paranoia se mudó del mundo de la ficción al discurso político.
Gilliam se toma muchas molestias en mostrar un mundo que es cruce del art decó y la alta tecnología, unos años veinte con ordenadores y televisiones, un mundo en el que reina una burocracia arbitraria y eficaz (sí, claro, el mundo de Kafka). El protagonista, un brillante burócrata que quiere pasar desapercibido, vive aplastado por una madre posesiva y delirante, que vive entregada a cultivar su eterna juventud, y una figura paterna obscena e impotente, el mejor amigo del padre que era en realidad el amante de la madre. Entregado a fantasías kitsch en las que, convertido en cabalero volador, se dedica a rescatar de innúmeros peligros a una Dama inalcanzable, nuestro burócrata creerá encontrar un día a su objeto de deseo en la figura de una camionera a la que persigue con cómico denuedo.
A pesar del tono jocoso de toda esta función, el film deriva hacia el delirio en su parte final, cuando el protagonista consuma el encuentro con su Dama en un entorno muy marcadamente incestuoso, en el lecho de la madre, con la chica disfrazada con el camisón y la peluca de la madre. A partir de esta unión incestuosa, el universo perverso de la burocracia infinita se aboca a la desintegración paranoica, en la que tdos los espacios pierden su consistencia y son infinitamente permeables.
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