Konstantin Kavafis, El dios abandona a Antonio
El alma respondió diciendo: "lo que me ata ha sido matado y lo que me atenaza ha sido aniquilado, y mi concupiscencia se ha disipado y mi ignorancia ha perecido. A un mundo he sido precipitada desde un mundo, y a una imagen desde una imagen celestial. La ligadura del olvido dura un instante. En adelante alcanzaré el reposo del tiempo, el reposo de la eternidad, en silencio."
Desde luego, una imagen más verdadera (que no verosímil) que la de los cuadros de la exposición. Cleopatra se pasa la mayor parte del film recostada, y rodeada de una cacharrería hiperfemenina, mientras que Roma es la virtud estoica y masculina, con tanta columna enhiesta por todas partes y tanta sobriedad en el vestir. De Mille articula un poco a lo bestia esta dicotomía, aunque hay que decir que no opta por ninguna de las dos: en la mirada final que le dirige Octavio queda claro que su renuncia a lo que Cleopatra representa (en el film, algo del orden de lo dionisíaco) supone una pérdida irreparable.
Mary es una película tan militantemente cristiana que sospecho que el atrevimiento se le perdona a Ferrara sólo por la fama de maldito y yonqui que le acompaña. Hay dos personajes masculinos manifiestamente deficitarios que "fallan" a sus respectivas mujeres: un director megalómano que acaba de realizar una película sobre la vida de Jesús (aquí hace una pequeña trampa Ferrara, porque la película cuyos fragmentos vemos es una adaptación del Evangelio gnóstico de María, en el que Jesús prácticamente no sale), y que ha dejado al borde del abismo a su actriz principal, muy afectada por el papel que ha interpretado (el de María Magdalena), y un presentador de un programa que está asentando su fama y que lleva a cabo una serie de emisiones sobre la figura de Jesús, mientras deja abandonada a su mujer a punto de dar a luz para visitar la cama de una colega.
Contra lo que podría esperarse, la actriz dejada a su suerte por el director no se despeña en la locura (como ocurre, por ejemplo, en Muholand drive), e inicia un peregrinaje espiritual que la lleva al corazón de una Jerusalén retratada como centro a la vez de la sabiduría y de la violencia. Como es habitual en el cine contemporáneo, la figura del director de cine es la más negativa, alguien narcisista al que el contacto con las palabras sublimes de la figura de Cristo no afectan en absoluto, para acabar encerrado a solas con las sombras imaginarias de su film.
Por contra, el presentador será capaz de abrirse a la palabra redentora a través de la figura de Juliette Binoche/María Magdalena (Ferrara se apunta a las corrientes teológicamente corectas que reivindican el lado "femenino" del cristianismo, y hasta filma a unos contra-apóstoles femeninos liderados por María Magdalena), y así, renunciando a su ciego egoísmo, es capaz de recuperar in extremis a su mujer y a su hijo.
Ferrara se atreve (y sale victorioso) con tan espinoso argumento, y hasta rueda una de las imágenes más directamente epifánicas de la cultura judeocristiana, el encuentro entre María y Jesús tras la crucifixión, secuencia que abre la película y que señala el tema central de Mary, la posibilidad de filmar lo infilmable, en este caso la Palabra en el campo de lo Sublime.
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