Me contaba mi hermano que el portavoz de Obama tuvo que confirmar públicamente que no sé qué importante discurso del mandatatario no coincidiría con el estreno en EEUU de la esperadísima última temporada de Lost, serie que no tiene seguidores sino adictos. Según parece, mientras el mundo del cine anda dando vueltas a sus eternas crisis, los guionistas y realizadores (y hasta espectadores) más competentes se han pasado a la televisión, especialmente tras la eclosión de la HBO.
Yo sólo he visto parte del primer episodio de la primera temporada de Lost, y aquello ya parecía entonces una versión (muy) extendida de Solaris, con extrañas epifanías por todas partes. El suplemento cultural del ABC, probablemente el más interesante de la prensa, le dedicaba portada y bastantes artículos el viernes pasado, que mi hermano me aportó para viera la respetabilidad cultural y la importancia social del fenómeno, cosa que tampoco hacía falta porque a cada paso me encuentro con algún abducido por la serie. La verdad es que, por lo que he leído del argumento, si semejante suma de delirios ha capturado a tanto público, es imposible negar el genio de sus creadores.
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