Segundo día del mes Lynch, con su última película, Inland Empire, de la que todo el mundo sabe que es su obra maestra y una summa de su cine, pero que a mí me cansa en su parte central, cuando la Dern pasa al otro lado del espejo y el film se convierte en una sucesión de escenas conyugales progresivamente deterioradas, y el director se diría que se mete en un jardín del que no sabe muy bien como salir. Total, que como ya me había visto un par de veces la peli me fui cuando empezaba la parte que me aburre, lo que quiere decir que participé en un proceso de decodificación fragmentario del texto de clara raigambre vanguardista y rompedor. Un espectador del siglo XXI, vamos, y no esa inercia decimonónica de quedarse hasta el final.
Aunque con la habitual estructura lynchiana de cajas chinas en que cada nivel de la narración para ser el delirio de algún personaje (si bien no se sabe muy bien de cual), el grueso de Inland Empire lo protagoniza Laura Dern, una actriz algo venida a menos que se encuentra ante su última oportunidad al protagonizar un film junto a un joven con fama de casanova. La actriz tiene un marido multimillonario y algo amenazador, que impone una prohibición estricta al joven partenaire de la chica en el film. Como Inland Empire tiene algo de cuento de hadas uno sabe que la pareja transgredirá la prohibición, si bien lo sorprendente es la (aparente) presencia de una figura masculina en el universo lynchiano capaz de hacer respetar la ley. Pero nada, falsa alarma, mucho bla, bla, bla pero al final el marido asistirá impotente al encuentro sexual de Nikki y Billy, los onomatopéyicos nombres de la pareja actoral, para acabar desfondándose como marido de tres al cuarto en las diferentes facetas del delirio de Dern.
Y a lo que iba, la escena de ese encuentro sexual, un ejemplo de la pasmosa maestría del director (que consigue crear ambientes extremadamente inquietantes con dos de pipas y sin efectos especiales más allá de la conocida banda sonora a base de protosonidos). Grabada con luz bajísima, con primerísimos planos y articulada en campo/contracampo, en un principio se anota la maestría del hombre para desenvolverese en el campo del goce femenino, para posteriormente y de manera gradual ir modulando el despeñe de la mujer en el delirio, según la inquietud va haciéndose dueña de ella, fruto de la desintegración psicótica a la que se verá abocada. Así, irá exigiendo a Billy que no deje de mirarla, para que no estalle su yo, hasta que al final asista a la emergencia de una sonrisa verdaderamente demoníaca en el rostro masculino, una sonrisa aterradora que la sume directamente en la locura. Igual que en Mulholland Drive, ese momento del encuentro con el goce marca el estallido de la coherencia narrativa y Laura Dern se verá atrapada en el habitual espacio delirante de Lynch.
En ese espacio hacen su aparición un tanto fantasmática una corte de amantes del actor, una especie de coro griego que se manifiesta, sobre todo, a base de coreografías divertidísimas, lo que no quita que su presencia aterre a Nikki. Es muy significativo que todas las chicas sean marcadamente más jóvenes y atractivas que Laura Dern, lo que podría indicar que su participación en el film va más allá de su interpretación y de la producción: estas secuencias en que se manifiesta el miedo al envejicimiento y al desplazamiento a manos de mujeres inevitablemente más jóvenes parece más un tema de la actriz que del director.
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