Tanto el cuarto de John Merrick como el de la pareja de Eraserhead tienen en común una ventana que da a una pared de ladrillo, un muro opaco que parece nombrar una ausencia de horizontes vitales y un mundo extremadamente limitado. La diferencia evidente entre las dos ventanas es que la de Merrick tiene visillos y la de Eraserhead no, razón por la que el protagonista de ésta última se ve abocado a la locura y el de El hombre elefante consigue articular el grado cero del discurso de la dignidad humana, la celebérrima secuencia en los urinarios en que Merrick proclama que es un ser humano ante la horda que lo persigue.
En este sentido, el visillo marca la diferencia mínima entre un espacio que puede considerarse íntimo o privado, y por lo tanto propicio para que pueda emerger algo del orden de la subjetividad (condición necesaria pero no suficiente) y otro complatemente abierto donde todo, de alguna manera, está en la superficie, visible, de una manera similar a la que Freud relataba acerca de la psicosis, en la que lo que debería estar oculto (o sepultado en el inconsciente) se encuentra en la superficie (y es obvio que el protagonista de Eraserhead se ve abocado a un proceso delirante).
Si bien ese espacio "resguardado" es la base para la posible construcción de un inconsciente, otro de los factores implicados en el proceso es la donación de una palabra que se viva como verdadera y fundante, lo que implica tanto al peso que tenga esa palabra como al gesto mismo de donación. En El hombre elefante ese momento es completamente explícito, tiene lugar en la admirable escena en que la Sra Kendall, la única actriz que no se vuelve loca en el cine de Lynch, le entrega un volumen con las obras de Shakespeare e interpreta con él una escena de Romeo y Julieta (es significativo que el otro texto sublime citado en el film, el Salmo XXIII, también lo haya recibido Merrick de una mujer, de su madre; en este film son las mujeres las que detentan esa función de destinadores simbólicos).
Si el visillo se puede considerar la quintaesencia de lo humano es debido también a su extrema fragilidad. Su función es puramente simbólica, ningún visillo detendrá nunca una agresión. En El hombre elefante no impide, desde luego, que la pulsión obscena que siempre acecha en Lynch invada el espacio de Merrick en esa escena que es exactamente la contrapartida siniestra del encuentro con la actriz.
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