miércoles, 24 de marzo de 2010

El cónsul plasta



En uno de los últimos números de Quimera venía una entrevista con el traductor de Bajo el volcán al español, Raúl Ortiz, lo que me ha animado a leer la novela, cosa que no había hecho hasta ahora a pesar del prestigio que en mi juventud tenía esta obra, prestigio que creo se ha difuminado en los últimos años. El protagonista es un empleado del servicio diplomático inglés al que tienen medio arrumbado en una zona perdida de Dios de México, y que se bebe hasta el agua de los floreros mientras su mujer se la pega con su hermano y con su mejor amigo, sin que quede claro qué fue primero, si la bebida o el adulterio (perfectamente comprensible viendo lo pelmazo que es Geoffrey Firmin, que no puede darle a la botella tranquila y modestamente, sino que, depositario de una cultura pasmosa, no puede dar un paso sin que le vengan a la cabeza todo tipo de referencias lietrarias y mitológicas).


Parece ser que Lowry empinaba el codo tanto como su protagonista, que es muchísimo, y dedicó muchos años a escribir Bajo el volcán, cosa que se nota bastante porque a) las frases están pulidísimas, lo que se trasluce incluso en la (excelente) traducción castellana, y b) no hay párrafo que no esté abarrotado de referencias para que nos enteremos de que no leemos la vulgar historia de un borracho al que engaña su mujer, sino un relato mítico de culpa y redención de resonancias cósmicas, aunque no acaba de quedar claro por qué el cónsul piensa que todos los pecados del mundo recaen sobre su cabeza y por qué de su hipotética redención (o salvación) depende el que Occidente se salve (o más bien por qué debemos pensarlo los lectores).

La verdad es que Kafka resumió Bajo el volcán avant la lettre con su famoso aforismo de que la tragedia del hombre es que no ha abandonado el paraíso, pero no los abe (cito de memoria), y Bowles escribió con El cielo protector una especie de digest con una historia similar (una pareja que no sabe como amarse) con menos alharacas.


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