lunes, 15 de marzo de 2010

El contraplano oriental


El otro día estuve viendo un rato de Érase una vez en China (hasta que me aburrí en demasía y me fui de la sala), una película hipernacionalista en la que los malos son los occidentales, y entre coreografía y coreografía del espectacular y carismático Jet Li (que interpreta a Wong Fei Hung, al parecer un personaje que existió realmente) me dio por pensar en las razones por las que la china ha sido la única cinematografía que ha sido capaz de desarrollar el contraplano al discurso cinematográfico dominante, por llamar de alguna manera al cine americano.

No me refiero a esos films en los que se viene a decir que el tercer mundo también existe, y que los pobres del mundo también tienen su corazoncito, asumiendo su condición marginal frente a las fuerzas hegemónicas de la cinematografía estadounidense. Hablo de películas tan arrogantes y seguras de sí mismas como esta superproducción de Tsui Hark, que implican una industria poderosa y desarrollada, con un gran potencial de público, enorme destreza técnica, star system y una tradición propia más que acrisolada. Érase una vez... no tiene nada de ingenua o naif, más bien me recordaba a Leone, de lo que deduzco que tiene detrás un largo trayecto de las películas de artes marciales que desconozco, por lo que me convierto en un espectador bastante malo para esta cinta.

Un ejemplo más interesante: hace poco veía El imperio del sol, que se centraba en las vicisitudes de la colonia occidental en el Shangai de la ocupación japonesa, y en el que la población local no era más que un decorado que el protagonista observaba a través del cristal de un coche. La historia del otro lado del cristal la contó hace poco Ang Lee en Lust, caution (de lejos el mejor film del director que haya visto), una película en la que Occidente era tan prescindible que no creo recordar que apareciera de ninguna manera, salvo en cierta influencia en vestidos y decorados.

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