Pero es una excepción. Porque aquí las mujeres son, sobre todo, un cuerpo inscrito en las relaciones de mercado: una de las protagonistas es una puta yonqui que va, como sus compañeras de trabajo, de la heroína a la metadona. Sus diálogos giran en torno al precio del caballo y a la competencia desleal de las prostitutas continetales, más jóvenes y baratas. Para mantener a su clientela, las chicas apelan a tópicos xenófobos, y echan en cara a los potenciales clientes que se vayan con la chusma inmigrante. Aunque la mayor parte están mano sobre mano en un parque, intercambiando cotilleos, con alguna breve y tediosa interrupción para atender los rápidos requerimientos de los estresados trabajadores de Hong Kong.
La otra protagonista es una joven y futura madre que, proveniente de China, se ha casado con un hongkonés bastante más mayor y más pobre de lo esperado, y que encima tiene la fea ocurrencia de matarse en un accidente de trabajo (dando lugar a uno del gags más negros que recuerdo: una camilla que entra vacía en su ambulancia, que cuando sale de plano deja al descubierto el cadáver en el suelo, cadáver que no ha querido llevarse). La mujer esgrime su embarazo para exigir quedarse en la ciudad, de la que todas las instancias están empeñadas en que se marche. La infatrigable madre, todo hay que decirlo, es absolutamente insoportable, y se pasa la peli exigiendo a los demás ayuda y echándoles en cara su egoísmo (imagino que es un arquetipo conocido en la cultura china).
En ambos casos estamos ante mujeres que utilizan su cuerpo para sobrevivir en una sociedad ferozmente capitalista, en la que los restos de una religión orgánicamente estructurada se han desvanecido dejando retazos de superstición más o menos demencial: así, se considera que el contacto con las prostitutas trae mala suerte, o una niña puede ser condenada al ostracismo porque su signo zodiacal es adverso. Hay un par de personajes masculinos que sirven como catalizadores narrativos, un agente de seguros que tiene un lado Jekyll de ejecutivo tiburón y su lado Hyde de buen samaritano, y un fotógrafo que inscribe en el film, probablemente, la mirada entre neutra y comprensiva del para mí desconocido Herman Lau sobre sus personajes.
Con estos mimbres lo normal es hacer un dramón o, cuando menos, un film de denuncia a lo Loach, pero True women for sale parece querer ser una amable comedia o una TV movie de consumo interno. Lejos de los rasgos autorales que solemos apreciar en el cine oriental, como su vaciamiento narrativo o el refinamiento visual, aqui tenemos la facilidad de estilo y la abundancia de historias que caracteriza al cine comercial de Hong Kong (o caracterizaba, porque parece ser que también anda en crisis), que uno diría a veces que es la ciudad donde resulta más sencillo rodar.
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