jueves, 25 de marzo de 2010

Salvad el Nombre del Padre


En mi larga lista de películas que no he visto estaba Salvar al soldado Ryan, hasta que una de mis asesoras me la pasó ayer, para entusiasmo de mis hijos, que siempre me preguntan que si la principal razón que tengo a la hora de elegir una peli es que no la conozca nadie. Mi hija se cansó a los 20 minutos y la dejó en pleno fregado de desembarco, la famosísima secuencia del inicio, planteada como una experiencia sensorial total, aunque a ratos lindando con la pornografía. Por la mañana me había visto El jardín del diablo, que cuenta una historia parecida (unos hombres desembarcan en una playa, y les cae la misión de rescatar a un hombre en un territorio hostil, mientras son asediados por el enemigo, que aquí son apaches).


Si El jardín del diablo es una película más compleja textualmente que Salvar al soldado Ryan no se debe tanto a que Hathaway sea mejor director que Spielberg (aunque probablemente lo sea), sino al estado del cine norteamericano en el momento de la realización de las películas citadas. Así, el relato clásico es prácticamente una máquina de crear sentido, mientras que el film de Spielberg tiene que partir del caos absoluto, ese magma infernal en el que no hay dirección alguna. Ese punto de partida en el que ningún relato se articula dura bastante, hasta el momento en que una tarea se impone, la búsqueda de Ryan. En Hathaway, la excelente escena de apertura pone sobre la mesa todos los temas que se desarrollarán en el film: el impasse en que se encuentran los protgonistas, la demanda que viene del campo femenino, el oro y lo sagrado (citado de manera sutil en ese sacerdote que Gary Cooper y Richard Widmark se cruzan antes de entrar en la taberna donde les espera su tarea).


Aunque la misión sea similar en ambos filmes, el destinador es diferente: una mujer en el de Hathaway, el alto mando en el de Spielberg. Así que la interrogación que se plantean los protagonistas es diferente, la incógnita se centra en el primer caso en el deseo de la mujer, un campo en el que más que un misterio, lo que aparece es una pantalla fantasmática en el que cada protagonista proyecta sus fantasías (salvo, significativamente, Gary Cooper, que escapa a ese espejismo y se niega a entrar en el juego de la seducción precisamente tomándose al pie de la letra la formulación de la mujer), mientras que el grupo de soldados que busca a Ryan a través de la campiña francesa arrasada se pregunta constantemente por la razón de los incomprensibles designios del Alto Mando: aquí emerge la interrogación acerca de la, en apariencia arbitraria, ley paterna (que sabremos viene, no ya de las máximas autoridades militares, sino directamente del superpadre de la nación americana, Abraham Lincoln).


En el lugar que marca el destino de los dos grupos aparece una iglesia destruida que nos sirve para ver las diferencias que se dan entre lo que en ambas películas significa "el enemigo", esa encarnación de lo real que los héroes deben afronrtar en su trayecto. En El jardín del diablo se traza un eje del campanario que emerge de la inundación de lava a la mina de oro que se adentra en el subsuelo, un eje que va de lo telúrico a lo sublime y que es, obviamente, el eje en el que se sitúa "lo mujer". Los apaches están de ese mismo lado, guardianes de lo sagrado y sancionadores en el relato de la idoneidad de los protagonistas paera afrontar la prueba de lo real (por lo que irán eliminando a aquellos que han fracasado, a los que se han mostrado demasiado codiciosos con el oro o con la mujer). También se puede entender El jardín del diablo como una puesta al día de los relatos míticos iniciáticos en los que el protagonista masculino va desprendiéndose de sus diversas facetas inmaduras hasta que alcanza la capacitación para afrontar la demanda femenina.
Los alemanes, en el film de Spielberg, carecen de esa dimensión sagrada. Son una fuerza pulsional arrasadora entregada al goce más destructor imaginable (una pulsión extremadamente contagiosa, una de las funciones más importantes del capitán Miller/Tom Hanks es evitar que sus soldados sucumban a ella). Es significativo que, donde a Hathaway le basta con un campanario entrevisto, Spielberg necesite una espectacular escenografía de destrucción apocalíptica, y que si el primero necesita una simple cruz para significar el caráter sacrificial de una muerte, el segundo tenga que acumular cientos de ellas para contarnos prácticamente lo mismo, que el espacio siempre frágil de lo humano se sostiene porque, como dice Gary Cooper, "siempre hay alguien que se queda" para protegerlo.

Spielberg se ve obligado a arropar su casi balbuceante relato de filiación simbólica con una puesta en escena muy aparatosa que corre siempre el peligro de comerse a la narración, de la misma manera que las últimas palabras del padre/capitán dirigidas a Ryan (que éste lleve una vida a la altura del sacrificio que ha merecido) casi se pierden en el estruendo de la batalla. Al final, si Ryan ha podido mantenerse ahí, si ha merecido la pena que alguien muera para que el nombre de Ryan sobreviva ¿qué mejor que la mujer que ha adoptado su nombre y ha traído al mundo los hijos que perpetuarán su tarea para certificarlo?






4 comentarios:

Ventura dijo...

Creo que en "El jardín del diablo" Richard Widmark hace el único papel de su carrera en que se sacrifica por alguien.

Saludos.

abbascontadas dijo...

Pues probablemente, siempre nos lo imaginamos tirando a psicópata (aunque Ford también lo utilizaría de abnegado militar)

Sire dijo...

Me averguenza admitirlo pero nunca he sido capaz de terminar el soldado Ryan de Spielberg, dos veces lo intenté, y dos veces la tuve que dejar, y realmente no sé si ya a estas alturas, lo volveré intentar. Otras peliculas de Spielberg me encantan,eh????

Y darte las gracias por tus estupendas entradas sobre Mulligan, las he disfrutado muchisimo. No entiendo como Baby, the rain must fall, es tan desconocida, aunque mirandolo bien, es tan triste, tan seca y tan desesperanzadora, que puede que sea una pelicula incomoda en ese aspecto, pero concretamente de esta pelicula lo que me fascina (aparte de mi adorado Mcqueen, jeje) es como Mulligan retrata los espacios (interiores y exteriores), siempre intimamente conectados con los estados emocionales de sus personajes. Fascinante pelicula.

abbascontadas dijo...

Teniendo en cuenta que desconocía completamente la existencia de Baby, the rain must fall (y de Inside Daisy Clover) antes del ciclo de Mulligan de la filmo, poco puedo aportar al debate. Tal vez Mulligan tiene mala suerte porque pertenece a una década (los 60) en que da más juego hablar de la eclosión de los nuevos cines (aunque muchas de esas películas no hay quin las soporte hoy día), o reivindicar los últimos trabajos de los grandes clásicos, como Ford o Hawks, o no se le puede trazar un discurso tan homogéneo y cerrado académicamente como a otros grandes directores postclásicos, como Sirk o Hitchcock.

A mí el personaje que más me gusta (y el que me parece más triste) de Baby... es el ayudante del sheriff. La manera en que mira a Lee Remick, ese quedarse deslumbrado por la escena que compone con su hija, por esa fidelidad absurda que demuestra a Steve Mcqueen, te cuenta todo de su matrimonio, su anhelo por unos hijos que su mujer probablemente no quiso tener por no perder su figura, su infelicidad por querer a una mujer que le debía de engañar, la seguridad que tiene de que Lee Remick no le dirigirá nunca una mirada cargada con el deseo con el que mira a Mcqueen. La manera tan sutil en que se muestra todo eso reivindica a un gran cineasta (y es una sabiduría que ha desaparecido del cine de nuestros días).

Yo creo que Ryan es una película marcadamente masculina, salvo que se sea ingeniero de sonido parece poco probable que una mujer se involucre en un trayecto tan sexualmente marcado, aunque este tipo de afirmaciones siempre conlleva escándalos en el campo de la teoría (mientras que a pie de calle -o sea, de mercado- se asume que las películas tienen, en general, un target específico, hablando, claro, de cinematografías serias).