Ahora que me he quedado solo en Madrid por cuestiones laborales, nada mejor que esta película de Rudolph Mate para recordarme los peligros que acechan a los varones que abrigan fantasías paneróticas.
D.O.A. tiene un comienzo espectacular, con un travelling que sigue de espaldas a un hombre que atraviesa pasillos hasta que llega a su destino, que no es otro que ese departamento de homicidios que siempre aparece en las películas de cine negro. Allí nuestro protagonista cuenta que se ha cometido un asesinato, y que la víctima es él. La película es un flashback que nos cuenta como Edmond O'Brien se encontró en tan incómoda posición.
Y todo se debe a las ganas de correrse una juerga en San Francisco de nuestro chico, una especie de notario más o menos aburrido de su novia/secretaria (por otro lado una rubia impresionante y con pinta de peligrosa, eso sí, con aspecto de no haber tecleado dos palabras en su vida).
Como no estoy puesto en sociología estadounidense no sé si en los 50 San Francisco era ya la meca gay en que acabaría convirtiéndose, lo que sostendría la tesis de que O'Brien es castigado por eludir la demanda de la mujer, escondiéndose en los inocuos placeres de la homosexualidad.
El film, en cualquier caso, no alienta esta hipótesis, porque lo que el protagonista se encuentra al llegar a su ciudad de parranda es un aluvión de mujeres que le interpelan desafiantes. Es más bien su alejamiento de la monogamia y el compromiso lo que le lleva a la muerte, con la fortuna (sobre todo para el guionista) de que tiene tiempo de meterse en el entramado bastante desmelenado que le ha conducido a su triste destino.
La trama que descubre es tan enrevesada que hasta Hitchcock la hubiera desestimado por demencial, aunque está contada con eficacia y sobriedad pasmosas (hay un par de tiroteos solventados en un solo plano que deberían ser de visionado obligatorio en las escuelas de cine), una cosa de venta de iridio con malvadas mujeres de por medio, que es lo que suele aparecer cuando uno da la espalda al amor verdadero.
La trama que descubre es tan enrevesada que hasta Hitchcock la hubiera desestimado por demencial, aunque está contada con eficacia y sobriedad pasmosas (hay un par de tiroteos solventados en un solo plano que deberían ser de visionado obligatorio en las escuelas de cine), una cosa de venta de iridio con malvadas mujeres de por medio, que es lo que suele aparecer cuando uno da la espalda al amor verdadero.
D.O.A. es infinitamente superior a un remake que protagonizó Dennis Quaid hace unos años, en los que el argumento se desarrollaba entre cursos de literatura creativa, un entorno donde, es obvio, los protagonistas se merecen todo lo que les ocurra.
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