Cuenta Zizek en alguno de sus innumerables libros que en nuestros días el superyo y el ello han tejido una alianza a expensas del yo, por lo que el dictado que el sujeto recibe machaconamente es la de entregarse compulsivamente a su goce (las más de las veces perverso, que para eso lo propio del capitalismo de nuestros días es la apología de la transgresión).
De eso va esta divertidísima parodia del mito de Fausto con la que Covadlo ganó el premio que se anuncia en la portada. Un mindundi se encuentra un día con una pulga parlanchina en su cabeza que le guiará por los procelosos caminos del éxito social, económico y sexual. Como corresponde a un diablo de nuestra descreída época, la pulga no tiene interés alguno en el alma del protagonista, sólo necesita " las secreciones de la gente. Sangre, lágrimas, sudor." Porque, obviamente, nada del orden de la verdad se encuentra en la palabra: "los humanos pretenden saber de sus congéneres por las palabras que estos emiten, por sus opiniones; por el aspecto del otro; por sus acciones. Todas esas apariencias son mera falsedad. Hombres y mujeres mienten por medio de palabras, acciones y apariencias." La verdad, está de más de decirlo, sólo anida en el caos de lo real, en lo matérico, el cuerpo: "sólo los humores son verdaderos. Las secreciones siempre dicen la verdad, en ellas no hay trampa. Es imposible simular una secreción."
Es fácil ver en los discursos de la pulga una parodia de los interludios "filosóficos" de los libertinos de Sade, que entre crimen y crimen se dedican a teorizar acerca de la violencia. Al igual que ellos, nuestra pulga no sabe nada de la diferencia sexual (ni de ninguna otra), lo suyo es una incitación constante al goce progresivamente siniestro.
Estoy entrando en el último tercio de la nouvelle, parece que al final aparece una Margarita más o menos redentora, aunque sea también una redención adecuada a los tiempos que nos ha tocado vivir.
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