martes, 23 de marzo de 2010

Elogio del príncipe azul


Nuestra compañera de blog Mercedes ha inaugurado su recién adquirida condición de directora del periódico de la CNT con una editorial acerca de la igualdad que voy a utilizar de trampolín para escribir la entrada acerca del personaje del príncipe azul que llevaba tiempo con ganas de poner aquí.

Entre una serie de afirmaciones más o menos discutibles (¿qué es eso de "el dominio masculino de la medicina"?) leemos que "el estereotipo del príncipe, el más peligroso de los cuentos infantiles, es el referente irreal que enseña a los niños que la conquista es algo vinculado a la hombría y a las niñas que el ideal es someterse al hombre al que cambiarán gracias a la acción mágica de un beso".

Ya es habitual escuchar críticas a la figura del príncipe azul (y sobre todo a las mujeres que esperan uno), considerado normalmente como una gran entelequia imaginaria que vendría a colmar mágicamente todas las frustaciones de la mujer. Pero sin necesidad de irme a buscar los cuentos de los hermanos Grimm para demostrarlo, basta recordar lo que hacen los príncipes en los cuentos más conocidos para ver que esta concepción está absolutamente equivocada: en Blancanieves, Cenicienta y La Bella durmiente la heroína vive aplastada, o literalmente al borde de la muerte, por culpa de una figura materna marcadamente siniestra e invasora (por culpa de las carencias de la figura del padre, que no ha sabido "frenar" la pulsión devoradora de la madre), y el príncipe es quien la rescata (mediante un beso o en baile) de ese estado catatónico para acabar casándose con ella.


Príncipe, por lo tanto, nombra a esa figura que permite a la mujer acceder a su goce (y por lo tanto para nada se mueve en el campo de lo imaginario, sino de lo real) y que es capaz de afrontar ese espacio potencialmente arrasador sin escapar huyendo, permaneciendo fiel al compromiso adquirido. Que se considere "irreal" esta figura (en el mismo sentido en que Lacan consideraba que la posición del "padre simbólico" era insostenible, que nadie estaba a la altura de la demanda de ese lugar), y sobre todo que se tilde de ingenuas a las mujeres que se atrevan a demandar a un hombre que se haga cargo de su goce sin que después las abandonen sólo muestra la deriva paranoica del discurso feminista en su negación histérica del goce.




Pensaba esto viendo las dos películas de Mulligan que he visto este fin de semana, en las que las trayectorias de sus respectivas heroínas (en ambos casos interpretadas por Natalie Wood) con respecto a sus parejas son opuestas. En Inside Daisy Clover Robert Redford encarna a la perfección el prototipo de figura masculina "débil" que deriva del Romanticismo, alguien con una posición demoníaca respecto al padre que acaba sosteniendo con su rebeldía precisamente la ley paterna en su versión más perversa e incestuosa. En el film, Redford seduce dos veces a Daisy Clover para dejarla tirada inmediatamente, aterrorizado ante el goce que (en eso el film es claro) ha despertado en ella, y dejándola a merced de las pulsiones agresivas e incestuosas de la pareja madura protagonista (pareja que por otra parte no ha hecho otra cosa que utilizarla para mantener a ese fetiche fascinante que es Redford dentro de su círculo libidinal).



En Love with the proper stranger el trayecto es diferente, aunque en el comienzo el encuentro sexual de la pareja protagonista es similar: Angela busca a alguien que le haga escapar del axfisiante espacio familiar, en el que reina una madre posesiva con la ayuda de un hijo que persigue incansablamente a la hermana para evitar que ésta conozca algo del orden del goce (significativamente el pretendiente que le han elegido parece un eunuco), pero la aventura que tiene con Rocky, un músico sin trabajo fijo, no es para éste más que un affaire ocasional que no deja huella en su memoria. Sin embargo, el embarazo que trae como consecuencia ese amor efímero abre una mínima posibilidad para la trayectoria heroica de Rocky, con ese grado mínimo de caballerosidad que le lleva a acompañar a Ángela durante todo el sórdido periplo que debe soportar para poder abortar. La escena del aborto, absolutamente magistral, en la que él "rescata" a Ángela, marca la inflexión del film, que se convierte en el periplo por el que Natalie Wood debe convertir una desganada propuesta de matrimonio en una apasionada declaración de amor (en una estructura similar a la de Orgullo y prejuicio, en la que una petición matrimonial recibida como un insulto pone en marcha el relato que deben acometer los protagonistas para que esa misma acción sea repetida en las circunstancias adecuadas).

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