jueves, 24 de abril de 2008

El club de la sangre


A raíz del número de Quimera por el cómic se ha relanzado el interés que en su día Mercedes despertó en mí por iniciarme en un campo que había abandonado desde los días en que consumía (como hace hoy mi hijo Víctor) tebeos de Mortadelo y Filemón (ahora recuerdo que, durante una época de mi infancia, también fui adicto al Capitán Trueno). Cómo se hablaba de Charles Burns, al parecer un tío súperimportante en el underground estadounidense, me ha pasado una historia cuya portada se ve aquí al lado. Yo esperaba una cosa truculenta, gore y porno, pero resulta ser una historia convencional de fantasmas y un intensísimo recorrido por los ritos de paso que puntúan la entrada en la adolescencia. El protagonista es Big Baby, un niño manifiestamente indefenso que Charles Burns pinta con unos extraños rasgos de marciano, sin pelo alguno. Prácticamente abandonado por sus padres en un campamento juvenil, la socialización se muestra casi como un recorrido por el infierno. Es obvio que el autor estuvo en campamentos de este tipo, que era un bicho raro y que lo pasó fatal (y que odiaba a los monitores). Su mejor amigo resulta ser el fantasma de un niño desaparecido, cuya historia también parece sacada de un recuerdo de la infancia (el niño que para hacerse aceptar entre los compañeros se convierte en un payaso, y ya no puede escapar de ese rol). Tal vez esto explique por qué el cómic resulte tan inquietante y atrayente, a pesar de la previsibilidad de la narración.

2 comentarios:

Los Piris dijo...

La visión subjetiva de las cosas

En realidad, hasta que tú me lo has remarcado, no me había dado cuenta -al menos a un nivel consciente- de las penurias de Big Boy como ente social del campamento. No me había fijado tanto en su soledad e inadaptación y que tú lo hayas hecho me lleva a pensar en alguna experiencia personal que dejó una impronta... El encanto de este cómic (yo lo llamaría sencillo, no previsible) es para mí la posibilidad de la existencia del fantasma en la mente de Big Boy, como algo imaginado y no real. Las similitudes que puedan existir entre la vida del autor y las experiencias de sus personajes de dos dimensiones no se me escapan, pero prefiero ignorarlas para no terminar "visionando" el cómic desde fuera, en lugar de sumergirme en su historia de fantasmas.

abbascontadas dijo...

De niño fui a un campamento al que no quise volver, pero en la adolescencia no tuve problemas en tienda de campaña, según creo recordar. Historias de bullying pueden ser consideradas La Cenicienta o El patito feo, así que creo que es un tema universal, es una edad de eterna inseguridad social. Pero el lado inquietante del cómic está en la comunidad, al fin y al cabo ese fantasma que se crea es con quien más relajado está. Y desde la primera viñeta está claro que el monitor es una figura parterna impostora. También es verdad que es un rollo de chicos, yo recuerdo lo inquietantes que eran las primeras revistas eróticas que vi.