El ayudante de producción se ha resfriado haciendo un programa, tal vez por culpa de las corrientes que acechan en Prado. Por la mañana, en el Metro, siente ganas de toser, pero el vagón está tan lleno que le parece un gesto agresivo. Al final no le queda más remedio que estornudar hacia la revista que está leyendo, en concreto una entrevista a un autor español que compara el arte literario con las artes marciales o el arte de la pesca. Otro escritor escribe contra las bibliotecas pobladas. El ayudante de producción sigue tosiendo, y cree que sus vecinos se ponen cada vez más nerviosos. El tren se para entre estaciones, como es habitual. Al ayudante le gusta contar, durante esas paradas, cuanta gente va con auriculares puestos, y cuantas personas están leyendo. Pero en esta ocasión no levanta la mirada de la revista, porque teme encontrarse con la mirada acusadora de los viajeros que le rodean. Cree que debería bajarse en una estación, y coger otro tren, porque así cree que hay menos posibilidades de que sus compañeros de vagón se contagien. Al final, después de intentar aguantar las ganas de toser, un gran estornudo termina con sus molestias. Cuando cambia de tren, la tos no es más que un recuerdo. Entonces, sentado, se da cuenta que todas las personas que ven en el asiento de enfrente son mujeres. Y recuerda que todos sus jefes inmediatos son mujeres. Mira para los lados, buscando algún hombre en el tren. Y se siente aliviado al descubrir a varios.
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