viernes, 18 de abril de 2008

Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo



En la enrtrevista con Antonio Orejudo que Quimera publica en el número de este mes, el escritor declara que la literatura "es un oficio artesano, un trabajo manual como otro cualquiera. Un escritor, incluso aquel que se disfraza de intelectual o de maldito, es un eslabón más en la bien engrasada industria del entretenimiento." Antonio Orejudo se dio a conocer con Fabulosas narraciones por historias, un voluminoso libro que publicó en Lengua de Trapo (y que no he leído), y su siguiente título fue esta novela corta que ayer me leí de un tirón. Consta de varios relatos aunados por un leve hilo argumental (una mujer que vuelve de ingresar a su marido en un manicomio escucha un relato completamente delirante de otro viajero, que porta una carpeta donde descansan los relatos, igualmente delirantes, que componen buena parte del libro), y el referente más claro que se me vino a la cabeza fue Si una noche de invierno un viajero... de Italo Calvino. La reflexión irónica sobre el hecho de narrar y los postulados teóricos que analizan la literatura es típicamente moderna (la protagonista es una ex-estudiante de literatura casada con un afamado escritor); es en la elección del contenido de los relatos donde se puede adscribir este texto a la postmodernidad: Orejudo hace del horror contemporáneo el objeto de su pitorreo. Así asistimos a espeluznentes descripciones de vídeos snuff o degradaciones sexuales narradas en clave de comedia, ya sea por el tono empleado, o por el carácter claramente alucinatorio de la enunciación. A su vez, la mezcla de registros (desde lo escatológico a la reflexión metafísica o la cita culta) apunta a una desestructuración de la jerarquía canónica que enlaza con la idea de la literatura que el escritor manifiesta en la citada entrevista. Lo curioso es que para nada se transmite la impresión de cinismo o todo vale. El estilo y la estructura están bastante trabajadas, y se ve que Orejudo se toma en serio su trabajo. Nos hallaríamos, así, ante una especie de divertimento manierista metanarrativo, en el que el material que se recicla tira más a la literatura popular (sobre todo en su versión de narración paranoica a lo Philip K. Dick) que a la alta cultura, de la que, por otra parte, no se prescinde.

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