domingo, 13 de abril de 2008

La ofensa, de Ricardo Menéndez


Encontré una entrevista con este escritor gijonés para mí completamente desconocido en un ejemplar de Quimera de no hace muchos meses. La revista suele venir con una colección de nombres que no me suenan de nada, y que una vez cerrada vuelven a sumergirse en el olvido, pero quiso la casualidad que ese mismo día visitara la biblioteca de mi barrio, y descubriera que había un ejemplar de este relato; y aunque no lo cogí en ese momento algún jirón de deseo se me debió de quedar colgando porque hace un mes acerté a pasar por frente a la balda donde descansaba plácidamente, y me lo llevé a casa, y hoy que prometía ser un domingo perezoso me lo he leído de dos sentadas. El libro transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, y el protagonista es un joven sastre alemás que es llamado a filas. La narración se conforma como un relato de iniciación típicamente contemporáneo, o sea, que a lo que se inicia Kurt es al horror y al sinsentido.

"comprendió que el asombro, al fin y al cabo, es una categoría de lo cotidiano, y que sólo hay un dios, el azar, y que sólo existe una religión, la casualidad, y que cualquier otra interpretación de la vida y de sus accidentes no sólo está abocada al fracaso, sino que condena a la más absoluta ceguera."

Escrito con un estilo depurado en el que a veces se le va la mano al escritor, incapaz de renunciar a alguna metáfora brillante, el libro se divide en tres partes: en la primera el soldado asiste a una matanza de civiles como fría represalia por un ataque de la resistencia francesa, ejecutada por su mentor militar (esa emblemática figura moderna del padre demoníaco), en la segunda reposa en un casi paradisíaco -y explícitamente atemporal- sanatorio, escoltado por un médico bondadoso (y por lo tanto incapaz de enfrentarse al horror cuando este se manifieste al final del capítulo, en forma invertida, cuando un grupo de partisanos asesina a sangre fría a los convalecientes alemanes) y, sobre todo, por una figura angelical, una enfermera con la que vive una historia de amor que parece portar la semilla de una redención. En la tercera, vemos a la pareja en Londres en la inmediata posguerra. Kurt trabaja custodiando un cementerio. En el mismo momento en que su novia le anuncia que está (casi inverosímilmente) embarazada, emergen unos espectros siniestros que lo arrastran a una aventura explícitamente orínica, en la que vuelve la parte más oscura de su pasado. No voy a contar el final, aunque no hace falta estrujarse el cerebro para saber como acaba el libro, vista la (discutible) cita del mismo que he copiado. En cualquier caso, este interesantísimo libro me anima a leer más de este autor.

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