Lo único que recuerdo, un tanto vagamente, del ensayo Sobre el amor, de Ortega y Gasset, es su comentario de que Chateaubriand y Stendhal fueron amados por varias mujeres, pero no conocieron el amor. Desde luego, Fabricio del Dongo, el protagonista de La Cartuja de Parma, se pasa la primera mitad de la novela atormentado porque es incapaz de alimentar un sentimiento más elevado por una mujer que el interés que pueda sentir por un caballo, como dice textualmente un par de veces; lo que no impide, más bien al contrario, que sea un objeto de deseo irresistible para las mujeres que se tropiezan con él. Por contraste, varios personajes masculinos prácticamente anegados en la pasión (o al menos en los celos) pululan a su alrededor, entre los que destaca la figura conflictivamente paternal del conde Mosca (por alguna extraña razón, pensaba que también se llamaba así el malvadísimo y fascinante conde que vive una de las grandes historias de amor imposible de la literatura en la que es la obra maestra absoluta del folletín gótico decimonónico, La dama de blanco, de Wilkie Collins, pero he comprobado que ese genio del mal que se enamora de la feúcha, bondadosa, intrépida e inteligentísima Marian Halcombe es el conde Fosco).
Todos los estudiosos y eruditos dan por buena la información de Stendhal de que escribió La Cartuja... en 52 días, dato que me parece inverosímil, aunque es cierto que hay cierta despreocupación en la estructura, o que hay datos a los que un escritor más "arquitecto" hubiera sacado más partido (¡esos apuntes en que el narrador comenta que se le ha olvidado comunicar alguna noticia en el momento adecuado, y lo hace entonces!).
Luego está la peste de las ediciones críticas, en las que una miríada de notas te informan de chorradas como que tal personaje está basado en alguien real que conoció Stendhal en su paso por Italia, del que uno no ha oído hablar en la vida, y que vuelve al olvido más absoluto nada más leer su nombre (aunque en esta extraña manía destaca la obsesión por rastrear quienes son los referentes de los personajes de Proust, que se ve que generaciones de críticos se han ganado la vida dilucidando a quién correspondía la figura de Swann, Odette o Mme. de Verdurin, como si eso ayudase en algo a disfrutar del libro).
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