Contra la extraña manía de nuestra época de ensalzar autores de segunda convenientemente desconocidos, o de glosar los aspectos marginales de los grandes (ese interés por publicar cualquier carta o papelillo o esbozo o lista de la compra de los escritores asentados en el canon), nada tan eficaz como volver a las obras maestras, a los textos acabados y revisados y dados por definitivos por sus hacedores (basta ya de tanta apología de la obra inacabada!). Bueno, pues estos días me he leído el Werther (inducido por Susana), y tras él ando enganchado a La Cartuja de Parma, ambos libros en la estupenda colección de Letras Universales de Cátedra, que lleva unos veinticinco años publicando una especie de colección de obras obligadas de la Literatura Universal, con el detalle añadido de centrarse en lo que llamamos cultura occidental.
Volver a los textos de siempre (esos que uno da por sabidos) da sorpresas. En el caso del Werther, ha sido tropezarme con la inclusión de unas inmensas parrafadas de Ossian justo en el clímax del relato, en el último encuentro del prota con Lotte, antes de que se vuele la cabeza. Ossian es uno de los fraudes más divertidosde la historia de la literatura, y aunque, al parecer, hubo eruditos que se olieron la tostada desde el principio, los románticos cerraron filas en su defensa, y vemos aquí al sosias de Goethe (no hace falta leerse la introducción para ver que la novela es archiautobiográfica, aunque está más construida de lo que podría parecer a primera vista) abandonar su Homero por el bardo pseudocelta. El Werther fue un best-seller europeo avant la lettre, y sembró una legión de jóvenes más o menos desesperados, y al parecer puso de moda el suicidio en toda Europa (en La Cartuja de Parma, escrita unos sesenta años después, un personaje amenaza con volarse la sesera por una pasión no correspondida, aunque el tono con que se describe es algo irónico), además de hacer famoso a su autor de por vida. A pesar de centrarse en la pasión obsesiva que Werther desarrolla por Lotte, una agradable y sensible muchacha que no sabe muy bien qué hacer con la que le ha caído encima, el libro describe una personalidad bastante moderna en su insatisfacción permanente y "demoníaca", que Goethe desarrollaría en la que es considerada su obra maestra (o una de las formas más prestigiosas del tedio, que dijo Borges), Fausto.
Otro aspecto a reseñar es la visión de la naturaleza que Werther tiene, que bascula entre lo sublime (es fácil ver de donde sacó Kant las características de esa categoría estética) y lo terrorífico; y en el mismo párrafo pasamos de percibir en un paisaje un orden cósmico grandioso a una carnicería sin fin ni sentido; y la verdad es que no hemos salido de ahí.
Y acabo de leerme el celebérrimo pasaje de la batalla de Waterloo de La Cartuja de Parma, en la que el adolescente perplejo e idealista que es Fabricio del Dongo es asaltado por infinidad de sensaciones inconexas, incomprensibles o triviales, y sólo semanas después se entera de que ha estado en el meollo de la madre de todas las batallas, Waterloo. Fabricio es un personaje también muy moderno: con una carencia importante en el campo paterno (magníficamente simbolizada en la duda que le corroe frente a su experiencia fundacional en el campo de batalla:¿ha entado o no en combate?, sin que encuentre una autoridad que pueda ponerle nombre a lo que ha vivido), es una especie de agujero negro que atrae el deseo de todas las presencias femeninas con que se topa, siendo el mayor de todos el incestuoso de su tía (de la que, para escándalo de mis lectoras, diré que viuda y con 31 años, decide retirarse a un castillo a vivir un apacible "comienzo de vejez").
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