martes, 26 de agosto de 2008

Una rubia muy legal



Vi en su día esta película a trompicones y a trozos en la tele, y me pareció una comedia eficaz, así que el domingo, aprovechando que estaba solo en casa y la ponían en la primera por la noche decidí verla entera, a ver qué quedaba de mi primera impresión, y no fue mucho. La película es previsible hasta lo inverosímil y tiene el mal gusto de adular los peores instintos del espectador: a los buenos les acaba saliendo todo bien y los malos acaban más o menos en la miseria. Pero seguía manteniendo cierta eficacia, y eso a pesar de lo que me parecía un error de casting garrafal: se supone que la protagonista es una multimillonaria muy pija y muy buena, una rubia descerebrada con las tetas muy grandes y unas dosis de ingenuidad desarmantes. Pero la sosísima Reese Whiterspoon ni es especialmente guapa ni tiene las tetas grandes, ni resulta nada creíble en su papel de pija. Como sí funciona es como Cenicienta, que es el subtexto que da eficacia a la narración: tenemos a la chica que en un entorno desconocido y hostil es humillada de varias maneras hasta que triunfa merced a sus virtudes, y hasta tiene a su príncipe azul. Como en los cuentos, los malos (el abogado acosador y ex-novio mediocre y trepa) acaban como se merecen. Una rubia muy legal trabaja con el truco, por lo tanto, de convertir a su prota en una mega pija o en una víctima, según convenga. Aunque el verdadero error en el casting se produce en la elección de la antagonista (aunque finalmente amiga): por mucho que la vistan de gris y con jerseys hasta la barbilla, la turbación erótica que provoca la mirada de Selma Blair (la mujer que ardía literalmente en Hellboy) está a años luz de lo que nunca podrá conseguir la mosquita muerta de la Whiterspoon.

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