martes, 19 de agosto de 2008

En La Higuera


Cualquiera que haya vivido en un pueblo o una comunidad pequeña un período de tiempo un pelín prolongado compartirá conmigo el estupor por el crecimiento experimentado en los últimos años por una cosa llamada turismo rural, y que consiste en que uno se supone que se va a una casa en el campo a disfrutar de tranquilidad. La verdad es que esa visión idílica del terruño como paraíso perdido, opuesto al horror urbano, es algo que está presente en Occidente desde que hay ciudades, y sus más excelsos promotores han solido ser inteligentes y capaces escritores a los que no había quién arrancase ni a tiros de la Corte, y con razón. La contrapartida de este bucólico imaginario es el mito de Puerto Hurraco: los pueblos serían un semillero de odios ancestrales y telúricos, donde la venganza sería la única relación social verdadera e intensa.
La verdad es que la vida en un pueblo, salvo que seas un chaval, es algo tedioso o mezquino, según el grado de integración que tengas en la comunidad. Lo más parecido tal vez sea una reunión de vecinos, uno de los ámbitos en los que es más fácil percibir las miserias absurdas de las que es capaz el alma humana.
Todo esto para contar que en mi retiro de La higuera anda toda la familia en alerta roja porque en la finca colindante de la casa familiar un constructor, al hacer la zanja para la construcción de no sé cuantos apartamentos, se ha topado con las tuberías de nuestro desagüe, y ha dicho que se las va a cargar porque le molestan, y que las vayamos haciendo por otro lado (incluso nos ha facilitado un presupuesto por si le encargamos a él el trabajo). El caso es que el desagüe es de la casa, pero ese tramo es una obra pública, y no se la puede cargar, ni tocar, pero los ánimos andan algo encrespados, o muy entretenidos, con esta aventura inesperada que nos ha brindado el verano. Miguelón, que así se llama el constructor, es vecino del pueblo, y sus hijos juegan con los nuestros, y rencillas como éstas surgen todos los días por cosas mucho más nimias, así que he llegado a la conclusión que es la única forma de sobrevivir en este paraíso insoportablemente tedioso que es un pueblo.
(La foto es de la portada de la iglesia de La Higuera)

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