domingo, 31 de agosto de 2008

Tokio blues


Parece ser que Murakami tiene una legión de fieles, aunque entre la crítica literaria levanta cierta suspicacia, un poco como le pasa a John Irving; después de leer Tokio blues puedo entender tanto el entusiasmo (prácticamente me la he leído de un tirón este finde) como las suspicacias. La novela es una bildungsroman moderna, o sea, peterpanesca, como parece obligado tras El guardián ante el centeno, una de las referencias que se citan a menudo en el libro. El protagonista, Watanabe, reconstruye sus años de juventud, veinte años atrás, guiado por los recuerdos que le trae Norwegian wood, la canción de los Beatles que da título al libro (sabe Dios por qué en España se lo han cambiado), y que escucha mientras aterriza en Alemania. Sensible y solitario, los personajes que aparecen a su alrededor, muy bien trazados, parecen incapaces de entrar en la vida adulta y prefieren el suicidio o la locura antes que afrontar responsabilidades (en el mejor de los casos optan por el cinismo emocional más devastador). En cualquier caso Murakami muestra mucha más simpatía por esos postadolescentes inteligentes, más o menos prtenciosos, inmaduros y de una fragilidad emocional pasmosa que por los activistas políticos (estamos a finales de los años 60), a los que se diría que guarda un rencor y un desprecio sin límites. Esta apología romántica de las incertidumbres vitales de los veinte años (y que la mayoría de los personajes no logra superar) ha debido de ganar para su causa a todos los adolescentes sensibles del planeta, pero no me extraña que este casi elogio del suicidio (¿tantos adolescentes se suicidan en Japón?) tenga sus detractores.

Vuelve Kiarostami


Escribía ayer sobre Kiarostami, y poco después me enteraba de que tenía película en Venecia, Shirin. Había un proyecto anunciado con Juliette Binoche, y como salía en esta peli supuse que era el que iba a rodar en Francia con ella. Pero no: aquí se trata de filmar el rostro de cien mujeres qe asisten a la proyección de una película basada en una leyenda persa bastante conocida, según leo en las crónicas. Cuenta Jean Marie Frodon (que no voy a pretender que todos sepan quien es: se trata del director de Cahiers) en su diario de la Mostra que Oliveira salió entusiasmado de la proyección, y echaba la bronca a todos los que se la habían perdido.
En tiempos pasados hubiera estado seguro de que acceder a este film era imposible: ningún distribuidor va a comprar semejante cinta, cuando ni siquiera Ten, su última "película-película", y una de las grandes obras maestras de la presente década (que, por cierto, tiene bastantes), alcanzó el privilegio de verse en nuestras paupérrimas pantallas, aunque cameo la tiene en su catálogo de dvd. Pero los tiempos cambian y es seguro que la filmo o la casa encendida o el caixa forum o la semana de cine de valladolid o el festival de gijón o cualquier institución la pasarán en cualquier momento, así que a esperar.

sábado, 30 de agosto de 2008

De liteartura y milagros

Acabo de terminar El Pentateuco de Isaac (la editorial Libros del asteroide pone un párrafo de agradecimiento al lector en la última página de sus volúmenes por el interés dedicado a la lectura de la obra, y también agradece el que la recomiende si le ha gustado, cosa que hago aquí) y antes de zambullirme en Tokio blues, primera novela de Murakami (que imagino que tiene demasiados lectores como para que todavía se le considere autor de culto) que leo, voy a dejarme llevar por el teclado en un diltante ejercicio de ensayo cinematográfico para solaz de los cientos de miles de lectores que tiene el blog; y eso a partir de una película que vi en la filmo y de la que no hablé en su día, Los tiempos cambian, de Techiné (director que no está mal pero cuya dirección de actores siempre me chirría un poco, no sé por qué). En ella dos hombres aparecen en Marruecos con distintas excusas pero con la intención clara de recuperar una pasión antigua. La historia principal es la de Gerard Depardieu, jefe de obras de un macroproyecto en el magreb cuyo único interés es reencontrar a la Deneuve, que fue su gran amor treinta años atrás y a la que nunca ha podido olvidar (al contrario que ella). La otra aventura, como una sombra, es la del hijo de la Deneuve, que tiene medio acogida a una inmigrante marroquí desquiciada, pero que intenta recuperar a un joven árabe con el que vivió también su gran aventura en París. Ambos reciben sus heridas por su atrevimiento de intrusos, pero nada como el sacrificio para demostrar la sinceridad de los afectos. Rodada cámara en mano en ese estilo de grado cero de la puesta en escena que es una de las pestes del cine actual, la figura anticuada de ese amante fiel de por vida representa una especie de nostalgia de otro cine, un virus de clasicismo ético y estético que se cuela en esos universos familiares o sociales en descomposición que tanto le molan a Techiné. Y a lo que iba: la película termina con un (pequeño) milagro, que es una manera estupenda de terminar una película, y que no voy a contar por si alguien se anima a verla (y tampoco lo del milagro garantiza nada: recordemos que Rompiendo las olas, la película más detestable de los últimos treinta años, en reñida competición con Babel, también terminaba con uno). Y me he puesto a recordar momentos similares en el cine contemporáneo: el campeón en este asunto es (el último) Almodóvar, donde la concepción (o el acto sexual en general) están del lado de lo siniestro, y el alumbramiento (sorprendentemente) del lado de lo sublime, o explícitamente milagroso: la resurrección de Leonor Watling en Hable con ella, la desaparición del sida en el bebé "colectivo" de Todo sobre mi madre o el espacio de libertad política que abre la venida al mundo del hijo de Liberto Rabal y Francesca Neri en Carne trémula. Almodóvar participa de esa corriente contemporánea que invierte una de las grandes cuestiones teológicas de todos los tiempos, cuya interrogación podría formularse así: ¿Cómo es posible que el Bien (o la bondad) surja en el mundo, si Dios no existe (o en planteamientos más radicales, es manifiestamente malvado o impotente)?
Paso ahora al milagro más modesto de la historia del cine: ¿Dónde está la casa de mi amigo?, obra fundacional de Kiarostami (al que el nombre de este blog rinde homenaje) es uno de esos relatos de iniciación modernos de los que se habla aquí de vez en cuando: un niño tiene que llevar a cabo una tarea a través de laberintos y pruebas (encontrar el domicilio de su despistado compañero de pupitre, sobre el que pende una amenaza de expulsión si no lleva los deberes hechos en el cuaderno que se ha olvidado en clase) pero todos los posibles destinadores son incompetentes (no le dan nunca la dirección correcta) o malvados (el abuelo que elogia el castigo físico, el maestro que encarna una ley absurdamente intolerante, el padre perezoso que lo castiga injustamente). La consecuencia es lógica: el pequeño héroe nunca encontrará la casa de su amigo. Pero por la noche (y asociado a la figura de la madre) recibe (literalmente) el soplo del espíritu (que si mal no recuerdo es rüh en la terminología mística chiíta) y encuentra la solución al problema (muy simple: le copia los deberes y le entrega a la mañana siguiente el cuaderno completado). Cuando el profesor abre el cuaderno, además de los deberes aparece una flor entre las hojas del mismo (que tiene su justificación diegética, que por eso hablo del milagro más modesto).
Como ya se me hace demasiado larga esta entrada, que no creo que Mercedes siquiera la empiece, dejo a los virtuales lectores la narración de algún otro ejemplo que les haya gustado en los últimos tiempos; y para un descanso en la lectura de Murakami una sesuda argumentación contra la lectura religiosa de Dreyer, el del milagro más famoso de la historia del cine.

El día en que me echó la Bernal

Freud estaba empeñado en que lo suyo era una ciencia con todas las de la ley, y llena sus escritos de términos rimbombantes de raigambre positivista (en alemán suenan todavía más serios), pero si lo seguimos leyendo es por párrafos como aquel en que comenta que en la vida de las personas se repiten estructuras que el sujeto achaca al azar, pero que es obvio que son buscadas por el inconsciente, y así hay gente a quién siempre se le inunda el piso o se enamora de la hermana de su novia (no recuerdo los ejemplos que él ponía, pero podrían ser estos). A mí, por ejemplo, siempre acaban echándome de los programas donde trabajo, y el último ejemplo ha sido el de las misas. Aquí el detonante ha sido que la Bernal no soporta que me vaya a trabajar con Carmen Marín y Chiquito, a los que detesta profundamente ("ese par de caraduras" los llamó, aunque en justa correspondencia hay que decir que la Marín la denomina La bruja cuando tiene que hablar de ella), y como no puede impedir que su vida emocional la inunde inconteniblemente, le fue imposible parar cuando dio rienda suelta a su despecho, y se metió en delirios como decir que tenía que dejar el teléfono de producción en el despacho porque no iba a tolerar que una cosa firmada por ella estuviese trabajando para Carmen, y que si me llamaban al despacho no iban a dar razón de mí. Como ya estoy acostumbrado a estas cosas me lo tomé con mucho humor, recogí mis cosas (al día siguiente) y me mudé sin asomo de melancolía; con la seguridad de que nunca volvería a trabajar con ella.

jueves, 28 de agosto de 2008

El Pentateuco de Isaac


























Es probable que todavía sigan escribiéndose apocalípticos artículos acerca de la muerte de la literatura, de la lectura, de la edición independiente, de las librerías de fondo y de otros objetos prestigiosos de la ancien culture (prestigiosos en nuestra época, porque de las novelas y de la lectura en tiempos se dijeron barbaridades que recuerdan a los anatemas que hoy les caen a los videojuegos); desgraciadamente el torrente de apasionantes libros de toda laya que sobre nosotros derraman las pequeñas editoriales que surgen como hongos no nos deja tiempo para leer ese soporífero género periodístico.
Hoy le toca a una novela de Libros del asteroide, una editorial que ha publicado a autores como Robertson Davies, Nancy Mitford o William Maxwell, o sea, gente de la que no tenía ni idea de que existiera antes de que fueran publicados por ellos, al igual que este Pentateuco de Isaac de un búlgaro llamado Angel Wagenstein, del que la solapa nos informa de que esta su primera novela la escribió con setenta años, tras una brillante y reconocida carrera cinematográfica como guionista y realizador (que dudo yo que nadie la conozca por estos lares), y cuyo subtítulo reza "sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco países", subtítulo que me ahorra tener que contar de qué va. El Pentateuco de Isaac se diferencia del género judíos en la Centroeuropa de las entreguerras en que también se podría describir como una de las más brillantes antologías que se hayan escrito nunca de chistes, anécdotas y parábolas hasídicas, porque no hay acontecimiento que el narrador no salpique con algún ejemplo divertido del acerbo cómico judío, lo que tal vez le reste algo de enjundia al relato pero lo hace divertidísimo. Un par de ejemplos:
- ¡Cuánto has cambiado, Moisés, al quitarte la barba y los bigotes!
- No soy Moisés sino Aaron
- Pues, mira tú: ¡hasta de nombre has cambiado!
-
Mordejay no acababa de entender por qué su vecino polaco había enviado a su hijo a estudiar a un seminario.
- Le he enviado porque se puede hacer cura.
- Vale, ¿y qué?- siguió sin entender Mordejay
- Luego puede hacerse cardenal
- Vale, ¿y qué?
- Un buen día puede llegar a ser papa.
- Vale, ¿y qué?
- ¿Pero no te das cuenta? ¡Puede llegar a ser papa!¿Qué más quieres?¿Que se haga Dios?
- ¿Por qué no? -respondió Mordejay-. Un chico de los nuestros se hizo.

De battre mon coeur s'est arrêté

De Jacques Audiard sólo había visto su primera película, Regarde les hommes tomber, de la que recordaba vagamente que era un relato de iniciación moderno (esto es, uno en el que tanto el iniciador como el iniciado -sobre todo éste- eran tontos del haba) sobre asesinos a sueldo o algo así, deliberadamente confusa, con una cámara que se movía todo el rato y estaba siempre encima de los personajes. Nada me incitaba a repetir, pero con un título tan bonito no hay quién se resista, pero se ve que Audiard reserva el talento para el nombre que le pone a sus films y luego se echa la siesta. Aquí tenemos a un chico metido en el lado más sórdido (si es que hay otro) del negocio inmobiliario, algo que le viene de un padre más bien impresentable, en el que resurge el lado angelical que al parecer le aportaba la madre (según creí entender suicidada) mediante la música y, en concreto, el piano. En una escena le vemos soltando ratas o destruyendo el suelo de un apartamento para evitar que se cuelen okupas, y en la siguiente está haciendo esfuerzos ímprobos por recuperar sus habilidades pianísticas de la mano de una discreta oriental, con algún intermedio en que aparece el padre pidiéndole algún favor más bien sucio. Y así hasta que me fui de la Filmoteca, que no hay peor sensación que la de estar perdiendo el tiempo en un cine.

martes, 26 de agosto de 2008

Caos calmo, o el caso Moretti



Nanni Moretti es una institución en Italia, y no sólo en el campo del cine, donde regenta una especie de factoría cinematográfica como si fuera el taller de un maestro renacentista: dirige, escribe, produce e interpreta películas (además de poseer una distribuidora y una sala, si es que no la ha vendido), con diferente peso en cada apartado según el caso (en Caos calmo es el coguionista y el protagonista absoluto), y todos los productos que de allí salen tienen un aire de familia. Muy apoyado por el lobby cahierista, las que él dirige tienen derecho a figurar en la Sección oficial de Cannes, sin duda el club más selecto de la aristocracia cinematográfica internacional, aunque la pertenencia a ese club no garantice la excelencia; como prueba y sin salir de Moretti, podemos citar El caimán, hasta la fecha el último film dirigido por Moretti, inédito en España, y exhibido en la Croisette hace dos o tres años, una diatriba contra Berlusconi algo (o bastante) pedestre, aunque es cierto que Alberto y yo consideramos cuando la vimos que la pérdida del poder por parte del amigo italiano de Aznar (y de Putin) hacía inútil la cinta, y al final el tiempo nos ha quitado la razón.
El caso es que ésta la dirige un tal Antonello Grimaldi, según reza el cartel que adjunto en el blog (que en su día me avisaron de que un blog sin fotos es como un jardín sin flores), del que no sé nada, aunque no hay que ser un genio ni hace falta leerse la nota de la distribuidora para adivinar que viene de la tele. Y es que visualmente la cosa no pasa de ser un telefilm, y el guión tampoco se eleva demasiado por encima de lo correcto y eficaz. Y Moretti es una presencia que aguanta una peli entera sobre él, pero no es lo que se dice un actor de caerse de espaldas. Total, que en este caso el misterio a descubrir es por qué, dicho lo anterior, Caos calmo es una excelente película de la que uno sale tan contento (porque, además, Caos calmo es una comedia). Y antes de avanzar mis hipótesis voy a contar que a mí me gustan más las pelis de Moretti que no ha dirigido él (la de Luchetti en la que hacía de despiadado político socialista y aquella tan bonita con la Tedeschi de ex-terrorista de las brigadas rojas) que las propiamente suyas, o sea, realizadas por él, salvo Caro diario, que me pareció absolutamente feliz, y a falta de ver La habitación del hijo.
El caso es que el comienzo es muy bueno: dos hermanos que pasan el día en la playa se lanzan a salvar a dos mujeres que se ahogan, ante la pasividad inquietante de los amigos de éstas. A su vuelta, Moretti/Pietro descubre el cadáver de su mujer (que ha muerto en un accidente de una caída, pero que ya se sabe que si en un texto una mujer muere de esta manera, es que hay una falla en el ámbito del sujeto, un hombre que no ha sabido "sujetarla") y la mirada acusadora de su hija (algo así como aquel demencial melodrama de Sirk en que moría un médico todo bondad por culpa del crápula de Rock Hudson, Sublime obsesión). Y el desarrollo es estupendo: Moretti, casi como un juego, le dice a su hija que no va a moverse de la puerta de su colegio, la primera vez (en su vida) que la lleva, y durante meses lo cumple a rajatabla. De repente, su presencia en el parque frente a la escuela ancla de sentido todos los movimientos que se producen azarosamente en su entorno. Los personajes que lo atraviesan comienzan a tomar entidad a través de esta mirada. Y no sólo eso, el vacío emocional que aqueja al personaje lo convierte en una especie de agujero negro alrededor del cual empiezan a girar todos los coprotagonistas de su vida, ya sea familiar o laboral (que para los que no leen a los místicos diré que es casi axioma en su literatura que cuando el alma se vacía Dios no puede más que ocupar ese espacio, aunque en estos tiempos descreídos venga a ser una comunidad la que se entrometa en ese vacío), hasta al punto de que prácticamente el banco donde se instala se convierte en el centro de todas las conspiraciones que se urden alrededor de la fusión de su empresa con una multinacional, lo que da lugar a intrigas más o menos inquietantes y diálogos tan hilarantes como el que establece una clasificación de las fusiones atendiendo a categorías teológicas, genial y delirante a la vez. La película no pierde el tono en ningún momento y se permite el alarde final de la extraordinaria escena del cameo (genial) de Polanski, que yo diría que lo ha realizado él.
Y además, el final es redondo, (SPOILER) con la hija teniendo que romper el cordón umbilical del que su padre no parece ser capaz de desprenderse.
Así que, como conclusión, podríamos decir que Caos calmo ha renunciado a ser una obra maestra para ser, simplemente, una película preciosa.

Una rubia muy legal



Vi en su día esta película a trompicones y a trozos en la tele, y me pareció una comedia eficaz, así que el domingo, aprovechando que estaba solo en casa y la ponían en la primera por la noche decidí verla entera, a ver qué quedaba de mi primera impresión, y no fue mucho. La película es previsible hasta lo inverosímil y tiene el mal gusto de adular los peores instintos del espectador: a los buenos les acaba saliendo todo bien y los malos acaban más o menos en la miseria. Pero seguía manteniendo cierta eficacia, y eso a pesar de lo que me parecía un error de casting garrafal: se supone que la protagonista es una multimillonaria muy pija y muy buena, una rubia descerebrada con las tetas muy grandes y unas dosis de ingenuidad desarmantes. Pero la sosísima Reese Whiterspoon ni es especialmente guapa ni tiene las tetas grandes, ni resulta nada creíble en su papel de pija. Como sí funciona es como Cenicienta, que es el subtexto que da eficacia a la narración: tenemos a la chica que en un entorno desconocido y hostil es humillada de varias maneras hasta que triunfa merced a sus virtudes, y hasta tiene a su príncipe azul. Como en los cuentos, los malos (el abogado acosador y ex-novio mediocre y trepa) acaban como se merecen. Una rubia muy legal trabaja con el truco, por lo tanto, de convertir a su prota en una mega pija o en una víctima, según convenga. Aunque el verdadero error en el casting se produce en la elección de la antagonista (aunque finalmente amiga): por mucho que la vistan de gris y con jerseys hasta la barbilla, la turbación erótica que provoca la mirada de Selma Blair (la mujer que ardía literalmente en Hellboy) está a años luz de lo que nunca podrá conseguir la mosquita muerta de la Whiterspoon.

domingo, 24 de agosto de 2008

Stendhal y los happy few

Stendhal dedica alguno de sus libros a los happy few; siempre consideró que sus obras eran para una selecta minoría, y es famosa su profecía de que pasarían 100 años antes de que pudieran comprenderse, profecía que Steiner decía que se había cumplido casi con total exactitud. Hoy los stendhalianos forman una secta bastante extensa y renovada constantemente (a mí me inició mi padre, que me compró Rojo y negro cuando tenía catorce años), y la pasión por el escritor es un virus fácilmente contagioso.
Como ya he contado, La Cartuja de Parma viene a ser una novela de iniciación sin iniciadores. El principal personaje en la vida de Fabricio del Dongo es su tía, la duquesa de Sanseverina, que alimenta una desenfrenada pasión incestuosa por él que es el motor principal de la obra. El peculiar humor de la obra se advierte en detalles como el abate Balnes, padre simbólico de Fabricio y a la vez chiflado astrólogo, ejemplo de esa categoría tan posmoderna como es el sublime irrisorio o ridículo; o en el hecho de que se dedique a contar meticulosamente todas las intrigas de una corte que gobierna una provincia con menos habitantes que Aranjuez, y para ello tome como modelo las memorias de Saint-Simon (como se explicita en el hecho de que el Príncipe de Parma posea un retrato de Luis XIV). Pero los personajes masculinos de La Cartuja... son manifiestamente débiles frente a los femeninos, cuyos deseos (o más bien pulsiones) son los que gobiernan la ficción; no sólo la duquesa sino su doble especular y enemiga declarada, la marquesa de Raversi.
Con estas premisas, está claro que el protagonista podía acabar como el rosario de la aurora (o sea, con una psicosis galopante), pero para no quitar emoción a los posibles lectores no cuento nada del final, tan apasionante como demencial, y es que Stendhal no se detiene en triviales asuntos como la verosimilitud, virtud tan despreciable como los burgueses a los que ridiculiza siempre que puede.

El extraño caso de Barack Obama

En Europa personajes como Berlusconi, Haider o Le Pen han construido su carrera sobre la base populista de la necesidad de hacer política para el pueblo, y lejos de los usos habituales de la corrupta clase política convencional. Obama se ha sumado a este ilustre grupo de prestigiosos intelectuales con su matraca sobre el cambio y el deseo de una nueva forma de hacer política. Si no fuera porque desde siempre he creído que va a ganar McCain, sería para echarse a temblar ante la posibilidad de que el senador más inexperto que hay en Washington se hiciera con la presidencia del país más poderoso del planeta, y en un momento en que la algo delirante y bastante visionaria (en el peor sentido de la palabra) política exterior de Bush ha puesto de manifiesto la impotencia real del supuestamente omnipotente monarca (el último ejemplo, la crisis de Georgia, que parece que los rusos se quedan patrullando por allí para que quede claro que los supuestos aliados incondicionales nada pueden hacer), y se me escapa el entusiasmo que por todas partes ha levantado. A mí me parecía bastante más presentable Hillary Clinton, que además tenía la ventaja de no resultar tan simpática como su marido, un buen presidente que bombardeó una cantidad impresionante de países sin que a nadie le importase lo más mínimo (así, a bote pronto, recuerdo Serbia, Libia, Sudán e Irak, a éste todas las semanas). No sabemos lo que Obama hará en Irak, pero, ya que tantas comparaciones se hacen con Vietnam, habría que recordar que la época de la guerra casi fue paradisíaca comparado con lo que ocurrió después en ese país, cuando los americanos (y después de ellos todo el que pudo escapar) se marcharon de allí.

viernes, 22 de agosto de 2008

GHOST WORLD



Ghost world era una bomita película en la que dos amigas adolescentes recién salidas del instituto y relativamente inadaptadas combatían con insolencia y cinismo emocional el temor a la vida adulta que inevitablemente se les echaba encima. Scarlett Johanson ya apuntaba a su paso meteórico por el papel de musa del cine independiente antes de convertirse en la última reencarnación del prototipo de estrella a la antigua usanza, y en alguna parte de la publicidad se nos recordaba que Ghost world era un cómic de culto, que ya Mercedes explicó por qué todos lo son.


Pues en esto que el otro día (ayer mismo) me tropecé con un ejemplar del cómic en el bibliometro de legazpi, y para descansar de la intensidad entre folletinesca y high culture de La Cartuja de Parma me lo he leído en un par de trayectos del metro. El libro acentúa más la banalidad desoladora en la que se mueven las protagonistas (la película es casi una comedia, y el espectador empatiza mucho más en la pantalla con las jóvenes que en el cómic, donde cierto distanciamiento hace que las veamos como irritantemente triviales y pretenciosas), que parecen demasiado perezosas para sacar partido de su innegable brillantez intelectual, que desperdician en sarcasmos y desplantes arrogantes.

jueves, 21 de agosto de 2008

El hombre que no amaba a las mujeres

Lo único que recuerdo, un tanto vagamente, del ensayo Sobre el amor, de Ortega y Gasset, es su comentario de que Chateaubriand y Stendhal fueron amados por varias mujeres, pero no conocieron el amor. Desde luego, Fabricio del Dongo, el protagonista de La Cartuja de Parma, se pasa la primera mitad de la novela atormentado porque es incapaz de alimentar un sentimiento más elevado por una mujer que el interés que pueda sentir por un caballo, como dice textualmente un par de veces; lo que no impide, más bien al contrario, que sea un objeto de deseo irresistible para las mujeres que se tropiezan con él. Por contraste, varios personajes masculinos prácticamente anegados en la pasión (o al menos en los celos) pululan a su alrededor, entre los que destaca la figura conflictivamente paternal del conde Mosca (por alguna extraña razón, pensaba que también se llamaba así el malvadísimo y fascinante conde que vive una de las grandes historias de amor imposible de la literatura en la que es la obra maestra absoluta del folletín gótico decimonónico, La dama de blanco, de Wilkie Collins, pero he comprobado que ese genio del mal que se enamora de la feúcha, bondadosa, intrépida e inteligentísima Marian Halcombe es el conde Fosco).
Todos los estudiosos y eruditos dan por buena la información de Stendhal de que escribió La Cartuja... en 52 días, dato que me parece inverosímil, aunque es cierto que hay cierta despreocupación en la estructura, o que hay datos a los que un escritor más "arquitecto" hubiera sacado más partido (¡esos apuntes en que el narrador comenta que se le ha olvidado comunicar alguna noticia en el momento adecuado, y lo hace entonces!).
Luego está la peste de las ediciones críticas, en las que una miríada de notas te informan de chorradas como que tal personaje está basado en alguien real que conoció Stendhal en su paso por Italia, del que uno no ha oído hablar en la vida, y que vuelve al olvido más absoluto nada más leer su nombre (aunque en esta extraña manía destaca la obsesión por rastrear quienes son los referentes de los personajes de Proust, que se ve que generaciones de críticos se han ganado la vida dilucidando a quién correspondía la figura de Swann, Odette o Mme. de Verdurin, como si eso ayudase en algo a disfrutar del libro).

miércoles, 20 de agosto de 2008

RUSIA Y GEORGIA

Estaba inmerso en mi semana de meditación cuando un periódico apareció por nuestro retiro. Todos fueron a ver qué había pasado en las Olimpiadas, pero como yo soy así de raro y snob me quedé de piedra con la noticia de que Rusia había invadido Georgia, y no es que resultara extraño con las que ganas que debían de tenerle los rusos, pero que se hubieran atrevido a darle así de fuerte a un incondicional bushista resultaba inquietante. Luego, según he ido conociendo la historia completa, llegué a la conclusión de que el presidente georgiano, o es imbécil o es un inflitrado de Putin, porque pensar que los rusos se iban a quedar mirando como les humillaba una antigua región suya que se ha echado en brazos de Occidente, o que sus aliados le iban a mandar aunque fuera un tirachinas para echarle una mano en una guerra abierta con el superrenovado ejército de su vecino, es eso, de cretinos. Y a la hipernacionalista Rusia, donde todas las fobias antioccidentales vuelven a estar de moda, le ha venido como anillo al dedo la jugada, porque ha sido la oportunidad perfecta para dar el puñetazo en la mesa que llevaba tiempo con ganas de dar. Y de rebote abrirá una brecha en la OTAN, porque los Estados Unidos (que lo más que han podido hacer es protestar mucho y acelerar el acuerdo para la construcción del escudo antimisiles y tocanarices en Europa, con el probable efecto de que la tecnología balística rusa avance a marchas forzadas para dejarlo obsoleto antes de que pongan el primer ladrillo) presionarán todo lo que quieran para integrar a Georgia en la OTAN, pero los principales países europeos (que en privado deben de estar mosqueadísimos con esta jugada, de la que probablemente no tenían ni idea) lo último que querrán será hacerle el trabajo sucio a los americanos.
Por lo visto en la ONU, Rusia va a retrasar todo lo que haga falta cualquier votación que implique un medio compromiso de retirada, y tiene toda la pinta de ir a doblar su presencia en Osetia y Azbaja. Todos los que hablaron del desastre que iba a ser la secesión de Kosovo se han puesto muy contentos con la invasión rusa, como si hubiera sido alentada por el Altísimo para darles la razón (aunque se cuenta que los militares rusos prefieren dejar las cosas como están -o sea, mal-, para tener la excusa a mano para darse un paseo por Georgia siempre que les apetezca), pero es curioso que no se haya citado tanto la respuesta de Israel a Herzbolá de hace un par de veranos, que también fue considerada "desproporcionada", y donde también se destruyeron infraestructuras civiles, aunque en aquel momento Estados Unidos no tuvo tanta prisa en exigir el alto el fuego.

martes, 19 de agosto de 2008

En La Higuera


Cualquiera que haya vivido en un pueblo o una comunidad pequeña un período de tiempo un pelín prolongado compartirá conmigo el estupor por el crecimiento experimentado en los últimos años por una cosa llamada turismo rural, y que consiste en que uno se supone que se va a una casa en el campo a disfrutar de tranquilidad. La verdad es que esa visión idílica del terruño como paraíso perdido, opuesto al horror urbano, es algo que está presente en Occidente desde que hay ciudades, y sus más excelsos promotores han solido ser inteligentes y capaces escritores a los que no había quién arrancase ni a tiros de la Corte, y con razón. La contrapartida de este bucólico imaginario es el mito de Puerto Hurraco: los pueblos serían un semillero de odios ancestrales y telúricos, donde la venganza sería la única relación social verdadera e intensa.
La verdad es que la vida en un pueblo, salvo que seas un chaval, es algo tedioso o mezquino, según el grado de integración que tengas en la comunidad. Lo más parecido tal vez sea una reunión de vecinos, uno de los ámbitos en los que es más fácil percibir las miserias absurdas de las que es capaz el alma humana.
Todo esto para contar que en mi retiro de La higuera anda toda la familia en alerta roja porque en la finca colindante de la casa familiar un constructor, al hacer la zanja para la construcción de no sé cuantos apartamentos, se ha topado con las tuberías de nuestro desagüe, y ha dicho que se las va a cargar porque le molestan, y que las vayamos haciendo por otro lado (incluso nos ha facilitado un presupuesto por si le encargamos a él el trabajo). El caso es que el desagüe es de la casa, pero ese tramo es una obra pública, y no se la puede cargar, ni tocar, pero los ánimos andan algo encrespados, o muy entretenidos, con esta aventura inesperada que nos ha brindado el verano. Miguelón, que así se llama el constructor, es vecino del pueblo, y sus hijos juegan con los nuestros, y rencillas como éstas surgen todos los días por cosas mucho más nimias, así que he llegado a la conclusión que es la única forma de sobrevivir en este paraíso insoportablemente tedioso que es un pueblo.
(La foto es de la portada de la iglesia de La Higuera)

GOETHE & STENDHAL


Contra la extraña manía de nuestra época de ensalzar autores de segunda convenientemente desconocidos, o de glosar los aspectos marginales de los grandes (ese interés por publicar cualquier carta o papelillo o esbozo o lista de la compra de los escritores asentados en el canon), nada tan eficaz como volver a las obras maestras, a los textos acabados y revisados y dados por definitivos por sus hacedores (basta ya de tanta apología de la obra inacabada!). Bueno, pues estos días me he leído el Werther (inducido por Susana), y tras él ando enganchado a La Cartuja de Parma, ambos libros en la estupenda colección de Letras Universales de Cátedra, que lleva unos veinticinco años publicando una especie de colección de obras obligadas de la Literatura Universal, con el detalle añadido de centrarse en lo que llamamos cultura occidental.
Volver a los textos de siempre (esos que uno da por sabidos) da sorpresas. En el caso del Werther, ha sido tropezarme con la inclusión de unas inmensas parrafadas de Ossian justo en el clímax del relato, en el último encuentro del prota con Lotte, antes de que se vuele la cabeza. Ossian es uno de los fraudes más divertidosde la historia de la literatura, y aunque, al parecer, hubo eruditos que se olieron la tostada desde el principio, los románticos cerraron filas en su defensa, y vemos aquí al sosias de Goethe (no hace falta leerse la introducción para ver que la novela es archiautobiográfica, aunque está más construida de lo que podría parecer a primera vista) abandonar su Homero por el bardo pseudocelta. El Werther fue un best-seller europeo avant la lettre, y sembró una legión de jóvenes más o menos desesperados, y al parecer puso de moda el suicidio en toda Europa (en La Cartuja de Parma, escrita unos sesenta años después, un personaje amenaza con volarse la sesera por una pasión no correspondida, aunque el tono con que se describe es algo irónico), además de hacer famoso a su autor de por vida. A pesar de centrarse en la pasión obsesiva que Werther desarrolla por Lotte, una agradable y sensible muchacha que no sabe muy bien qué hacer con la que le ha caído encima, el libro describe una personalidad bastante moderna en su insatisfacción permanente y "demoníaca", que Goethe desarrollaría en la que es considerada su obra maestra (o una de las formas más prestigiosas del tedio, que dijo Borges), Fausto.
Otro aspecto a reseñar es la visión de la naturaleza que Werther tiene, que bascula entre lo sublime (es fácil ver de donde sacó Kant las características de esa categoría estética) y lo terrorífico; y en el mismo párrafo pasamos de percibir en un paisaje un orden cósmico grandioso a una carnicería sin fin ni sentido; y la verdad es que no hemos salido de ahí.
Y acabo de leerme el celebérrimo pasaje de la batalla de Waterloo de La Cartuja de Parma, en la que el adolescente perplejo e idealista que es Fabricio del Dongo es asaltado por infinidad de sensaciones inconexas, incomprensibles o triviales, y sólo semanas después se entera de que ha estado en el meollo de la madre de todas las batallas, Waterloo. Fabricio es un personaje también muy moderno: con una carencia importante en el campo paterno (magníficamente simbolizada en la duda que le corroe frente a su experiencia fundacional en el campo de batalla:¿ha entado o no en combate?, sin que encuentre una autoridad que pueda ponerle nombre a lo que ha vivido), es una especie de agujero negro que atrae el deseo de todas las presencias femeninas con que se topa, siendo el mayor de todos el incestuoso de su tía (de la que, para escándalo de mis lectoras, diré que viuda y con 31 años, decide retirarse a un castillo a vivir un apacible "comienzo de vejez").

miércoles, 6 de agosto de 2008

Un poco de Calvin para pasar la tarde


Despierta al demonio



Vuestros dioses y mis dioses... ¿acaso sabemos, vosotros o yo, quiénes son más poderosos?

Probervio hindú


Esta es la introducción que hace Rudyard Kipling en su relato La marca de la bestia, y me ha parecido idónea para empezar a hablar de Hellboy, que no es sino una amalgama de mitos y folklore, desde la mitología nórdica hasta la griega o rusa incluyendo además muchas referencias a la mitología de Lovecraft, entreverada de leyendas, religiones y mitos de la iconografía cristiana, egipcia, griega, vampiros y santos, monstruos de películas de ciencia ficción, fantasmas de M.R. James, y de Poe.


Hellboy es, de manera sucinta, un investigador de lo paranormal. Nace de una bola de fuego a raíz de un experimento nazi, orquestado por Rasputín. Con ese experimento, el apocalipsis de la mitología nórdica, los nazis pretendían conseguir un arma definitiva de carácter sobrenatural que les garantizara la victoria del Tercer Reich. Pero el arma resulta ser un pequeño demonio que cae en poder de los soldados americanos y que bautizan como Hellboy.

El demonio crece y arropado por una pandilla heterogénea e itinerante lucha contra otros demonios como él, monstruos del espacio y brujos de dimensiones paralelas. Le acompañan otros investigadores sacados de la pluma del "todo vale" fantástico: una piroquinética, un homúnculo creado con barro y hierbas en una probeta medieval, un hombre pez.



De forma paralela y a veces convergente a las aventuras del grupo vamos descubriendo quién es Hellboy, por qué le persigue intermitentemente su némesis Rasputín y qué misterioso papel juega en la historia su brazo derecho de piedra.

Hellboy recibe balas, es apaleado, torturado, arrojado por precipicios... pero siempre sale vencedor gracias a su fuerza, su casi invulnerabilidad y algunas ayudas extra (balas de plata, reliquias sagradas, hierbas, conjuros mágicos...). Es el héroe clásico de siempre, actualizado para un mundo donde las fronteras entre natural sobrenatural y preternatural se difuminan.


Y esto es en unos párrafos el 'esqueleto' de Hellboy. Para averiguar por qué lleva cautivando lectores desde hace casi quince años hay que hojear las historias de Mike Mignola, admirar su trazo, el ritmo de los guiones y el dinamismo de las viñetas. Sus historias tienen un sabor de aventura sobrenatural con un oscuro humor característico que las hace diferentes de otros cómics fantásticos.

El sentido del humor, y ese equilibrio peculiar que Mignola crea mezclando todas las historias de las que bebe (HP Lovecraft, Jack Kirby y Edgar Allan Poe son sus influencias más palpables) son lo que hace de Hellboy algo especial y cautivador. La película, como ocurre con muchas historias pasadas por el tamiz de Hollywood, ha cogido la forma pero no el fondo. Le falta profundidad (y también tiempo: parece que Del Toro hubiera querido resumir en dos horas más de diez cómics de la serie).


Hay que ser un genio para poner semejante mega-mix sobre un papel y que resulte verosímil y entretenido. Mignola lo es, y por eso quizá también tiene desde hace más de un año a Hellboy en dique seco, en gira existencial por el mundo, mientras que son sus adláteres (el homúnculo y demás) los que salen a partirse la cara con monstruos rana y pulpos espaciales. Así el personaje no se quema mientras piensa una digna continuación de la historia.
Pero a mi parecer el gran mérito de Mignola está en haber escogido de la abigarrada estantería de las religiones, supersticiones y folklores la esencia de todos ellos, para mezclarla con un delicado equilibrio. Así, los dioses y demonios de unos y de otros conviven juntos y medio revueltos, bajo una nueva batuta ética que consiste en estar en contra o a favor de Hellboy y su puño de piedra, la mano derecha del destino.

lunes, 4 de agosto de 2008

Hellboy en la tele



Hasta en Segovia hace un calor entre axfisiante y abrasador, que este es un blog interactivo que permite que el lector elija los epítetos que más le gusten, y entre axfisias y abrasamientos apetece poco salir a la calle, y es el momento de recuperar experiencias que se creían perdidas en la noche de los tiempos, como es verse una película en la primera, con anuncios y la tele en el salón, mientras el resto de la familia termina de cenar y anda en animada conversación. Así que ayer noche medio intuí Hellboy, una película de las que Guillermo del Toro hace en Estados Unidos. Parece ser que está basada en un cómic, que imagino que será de culto, que parece que no hay tebeo que no lo sea, y el prota es una especie de monstruo infernal redimido, o ganado para la causa del bien, por un padre simbólico con pinta de profesor universitario del siglo XIX (la película mezcla con bastante gracia estéticas high tech, decimonónicas, urbanas-versión deteriorada- y góticas).Que a Guillermo del Toro se le da bien este tipo de encargos se demuestra con comparar la entrega de Blade que dirigió, la segunda, con la infame que vino después. Se nota que le encanta el género y que se toma en serio el material narrativo del que dispone, aunque sea tan delirante como éste, en el que aparecen nazis, Rasputín, unas primas hermanas de alien y unos monstruos geniales que se ve que se lo han currado, como el golem especialista en el manejo de la espada, o esa especie de hombre pez adivino y manifiestamente gay. Afortunadamente del Toro todavía piensa que la puesta en escena es un valor a tener en cuenta y no tira de retórica publicitaria para acumular planos y resolver secuencias mediante suma cuantitativa de tomas. Pero a estas alturas supongo que imaginaréis que lo que más me mola de la peli es esa chica que entra en incontrolada incandescencia en cuanto se le da un sopapo (genial la escena del sueño y del hospital), y es que mucho más apocalíptico que esos bichejos infernales con el barbitas a la cabeza (del que no acabé de entender para qué quería cargarse el mundo) es el goce desmelenado de la mujer.

domingo, 3 de agosto de 2008

Narnia, o el medievo deseado


Como es bien sabido, C.S. Lewis y Tolkien fueron dos profesores universitarios archieruditos que tenían la peculiaridad de ser cristianos, además de amigos (creo que uno de ellos convirtió al otro, pero no sé cual de los dos) y a los que se les ocurrió crear (a cada uno por su lado) una saga de corte épico fantástico de bastante éxito (sobre todo la de Tolkien). El pastizal que hizo la aparatosa adaptación de El Señor de los anillos que perpetró Peter Jackson se ve que animó a la Disney a adaptar los libros sobre Narnia de C.S.Lewis, y los buenos resultados económicos de la primera película de la serie prometen una larga continuación.
Uno de los inconvenientes de ser padre es que los hijos no siempre se pliegan a mis deseos cinematográficos, y como el pequeño todavía no está en edad de ir al cine solo le acompaño cuando algo le apetece, y lo último que le apeteció fue este Príncipe Bastián. Uno de los problemas de las adaptaciones tanto de los anillos como de Narnia es que sus acometedores están lejos de poseer la cultura que tenían sus autores originales (al margen de que los libros originales ya eran un rollo, aunque no deja de ser simpática la idea de recrear una mitología de la nada), por no hablar de sus inquietudes espirituales. Siendo tanto la trilogía de Jackson como las dos entregas de Narnia aburridas hasta la exasperación, me preguntaba por qué las adaptaciones de Lewis me resultaban más antipáticas que el tostón de los anillos, al que al menos hay que reconocerle cierto lado desmelenado en el proyecto, aunque esa retórica de travellings aéreos, banda sonora omnipresente y énfasis visual resultaba estomagante (por cierto ¿hasta cuando vamos a tener que soportar el plano más ridículo de la historia del cine, ese plano subjetivo de flecha que ya parece obligado en cuanto alguien aparece con un arco en pantalla?). Pues creo que la razón es ésta: la acción de Narnia transcurre en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Los adolescentes protagonistas escapan a un mundo medieval con caballeros, reinos perdidos, magia de todo tipo y leyendas a tutiplén, que estaba claro era lo que le molaba a su autor; pero visto con los ojos de hoy resulta extraño que el escritor no se diera cuenta de que la verdadera épica se estaba viviendo en su país, que aguantó prácticamente solo el ataque de fuerzas diabólicas de verdad, y no esos muñequitos de hamburguesería que pululan por la pantalla. Que se pueda decir bastantes cosas negativas de Inglaterra no quita el hecho de que su comportamiento frente a los nazis fue bastante heroico (y más si lo comparamos con el de los franceses, que andan todavía intentando quitarse la vergüenza de encima).

Novelas alemanas

Esto iba a ser una carta para Susana, ahora que se va a ir unos días a Berlín y quería libros sobre la ciudad, pero lo que me he encontrado es probable que le interese más a Mercedes, así que lo escribo aquí. Anagrama ha publicado la trilogía de Bernhard Schlink sobre Gelb, un ex-juez nazi que en su vejez se mete a detective privado. El problema es que no sé donde tienen lugar las tramas, que es lo que tiene Alemania, que es muy grande. Luego me he topado con el para mí desconocido Jakob Arjouni, del que Siruela ha publicado Cinco idiotas, pero que sobre todo es conocido por una serie de novelas negras protagonizadas por un tal Tayankaya, serie y personaje del que sólo se leen maravillas en la red. Una editorial libertaria que imagino que Mercedes conoce, Virus editorial, ha publicado al menos un par de ellas (según consta en el catálogo de la Casa del libro). Y por ahora esto es todo desde el calor axfisiante que ha llegado hasta este pueblo de Segovia que es La Higuera

sábado, 2 de agosto de 2008

RBA, O EL CATÁLOGO HILARANTE

Como no había terminado de hacer papeles el último día de trabajo, me he venido hoy sábado a aburrirme ante el ordenador. Nada más abrir la página de la tele, me he encontrado con una recomendación de La madriguera, programa de RNE que no conocía, y que presenta Diego Manrique. Mientras pasaba cenas al departamento artístico he estado escuchando su estupenda selección de clásicos del pop, pero la recomendación se refería a un histórico de la literatura de viajes, Nápoles 1944, de Norman Lewis, un retrato tremendo de lo que era la Nápoles recién tomada por los americanos en la Segunda Guerra Mundial. El libro lo ha reeditado RBA en esas colecciones de bolsillo donde cabe de todo, apartado viajes, donde también acaba de reeditar Viaje desde el Monte Athos, mi libro de viaje favorito, como ya he escrito alguna vez, y donde aparece, por ejemplo, El tiempo de los regalos, el viaje que se hizo Patrick Leigh Fermor por la Europa de los años treinta, cuando era un joven sin preocupaciones y no (todavía) un héroe de las acciones encubiertas contra los nazis.
En un descanso me he paseado por el catálogo de RBA, y he podido comprobar que, aunque tiene un apartado de libros de bolsillos de clásicos (el sello ha comprado Gredos), Antígona está en el apartado de novelas, así como Los trabajos y los días, que por razones incomprensibles está asignado a... Heredoto, cuando en la foto se distingue perfectamente el nombre de Hesíodo.