De toda la avalancha de películas que se estrenan en las semanas anteriores a la entrega de los Óscars, y de las que tanto se habla y que tan importantes parecen, y que olvidamos a los tres días de la ceremonia, sólo me interesaba la de Fincher, que es un director que me gusta (Gus Van Sant también, pero a pesar de los elogios y recomendaciones de Susana creo que la de Harvey Milk me la voy a ahorrar). Total, que el domingo, flanqueado por mi incombustible hija, me acerqué a ver el Benjamin Button, con la curiosidad de saber en qué se había gastado el pastizal que le habían dado; y resultó que se lo había gastado en rodar un montón de chorradas. El curioso caso... participa de varios géneros caros a los americanos, principalmente El Gran Relato Americano, la bildungsroman y el cuento de hadas, todos más que estimables pero que en este caso no funcionan bien, por limitaciones no sólo del guión (que tiene muchas), que es al que le han echado la culpa de todo (además, Eric Roth no sólo ha escrito Forrest Gump -que no he visto, así que no puede decir mucho de ella- sino que en su haber tiene guiones tan buenos como los de Munich o El buen pastor).
La película recorre prácticamente todo el siglo XX, y parece empeñada en evitar cualquier tipo de aristas. Dos ejemplos que cantan: Benjamin Button, cuál héroe mítico, es salvado de morir en las aguas a mano de un padre vengativo para acabar siendo criado en una familia adoptiva que es negra, en la Nueva Orleans de la primera mitad de siglo. Pues la única alusión a los conflictos raciales es un elegante pigmeo y gran narrador (uno de los muchos personajes paternales que puntean la educación de B.B.) que le cuenta al protagonista que estuvo expuesto en la jaula de los monos de un zoológico. Significativimente, es de las pocas historias que no se trasladan a imágenes, en una peli que parece empeñada en demostrar que han rodado todo lo que han querido. Supongo que se ha hablado ya de un imaginario obamista, o algo parecido, para este enterramiento de los feroces conflictos raciales (enterramiento parecido, por cierto, el discurso conservador que en nuestro país defiende que todo lo referente a la Guerra Civil es pasto exclusivo de la historiografía académica), pero me parece una ausencia sorprendente. El otro ejemplo se refiere a los sesenta y setenta, décadas también de conflictos de todo tipo que están escandalosamente fuera de la pantalla, con B.B. danzando por paraísos orientalistas en busca de ridículas identidades new age (la única guerra que se nos muestra es la heroica contra el nazismo y el imperialismo japonés; Corea, y sobre todo Vietnam, brillan -muchísimo-por su ausencia). Y esto es especialmente raro al haber sido esta época donde Fincher situó Zodiac.
Y tampoco se puede decir que sea debido a la autoindulgencia patriótica del potencial público norteamericano: Brad Pitt vive su primer romance no mercenario en la estalinista Unión Soviética (aunque aquí la llaman Rusia) de los años 30 sin que se vea otra cosa que un hotel que brilla con el fulgor imaginario del inquietantemente atractivo rostro de Tilda Swinton rodeado de joyas y envuelto en pieles; vamos, que nada de purgas salvajes ni fusilamientos en masa ni pueblos enteros muriendo de hambre.
Y en cuanto el romance melodramático que es el eje central del film, pues decir que el personaje de Cate Blanchet tira a sonrojante (¡esa escena con ella bailando a contraluz!) y que desde luego el fuerte de Fincher no es rodar la plenitud del enamoramiento: para el videoclip en que nos muestra los tiempos de feliz emparejamiento tira de su muestrario publicitario y aquello parece un anuncio. Y aunque uno acabe entrando en el juego artificioso que es el motor de la historia, al final se muestra demasiado forzado (particularmente, en un registro similar -el del fantastique romántico- me parecen mucho más logradas Eduardo Manostijeras y Big Fish, por buscar un par de ejemplos de otro niño prodigio del cine actual con una estructura narrativa similar).
Benjamin Button tiene escenas notables, pero le falta algo de alma; me ha recordado el comentario que hizo Ford (a propósito de Wyler, creo) acerca de los directores que están muy preocupados por lo que aparece en la esquina inferior izquierda del plano, una obsesión por el perfeccionismo presente a lo largo de toda la película y que parece la marca de cierto desinterés.
3 comentarios:
No se si te has pasado un poco. Se trata de la curiosa historia de Benjamin Button, no de la curiosa historia mundial del siglo XX. No deja de ser un cuento o una fábula. Sí es verdad que le falta alma a la película, que es artificial y emociona de manera algo tramposa manejando elementos un tanto manidos. Aún así se deja ver y yo la prefiero a Slumdog Millionaire, que me parece un videoclip colorista con niños golfillos y simpáticos. Es un error que dejes de ver la de Gus Van Sant, tu, gran defensor de Elephant.
Pues esta vez estoy totalmente de acuerdo. Me dejé engañar por las elogiosas críticas de los Cahiers y fui al cine a verla... Y bueno, la decepción fue enorme, no entiendo lo que le ven.
Me gustó mas la de van Sant (no he visto más de las de los Oscar), aunque sólo sea porque se trata de una honesta película militante.
Un saludo!
Hola, Daniel; la verdad es que los críticos son más gregarios de lo que te puedes imaginar (si no los conoces), se ven las pelis juntos y a la salida se ponen a comentar la jugada, cada uno en su corrillo. Pero a mí también me han sorprendido las alabanzas que le han caído a la peli.
El resto de estrenos se quedarán para otra ocasión: con Rohmer en el Bellas Artes y tu recomendación para La Casa Encendida (y a lo mejor el documental de Pollack sobre F. Gerry) tengo bastante para el finde.
Susana, el problema es ese: seguramente como cuento o fábula habría funcionado, lo que falla es la inserción de ese género en un fresco histórico tan amplio.
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