lunes, 11 de abril de 2011

El Oeste cool




Como prácticamente no recuerdo nada de la película de Delmer Daves no puedo hablar de sus diferencias con el 3:10 to Yuma de James Mangold, director sobre el que tampoco puedo decir mucho porque esta es la única película que he visto de su filmografía. En cualquier caso este western, con menos aires autorales que El asesinato de Jesse James y No es país para viejos, prácticamente de la misma hornada, ejemplifica cierto estado del cine norteamericano actual, en el que el intento de conectar con su tradición histórica, y por lo tanto con la memoria cinéfila del espectador, se articula a través de una estructuta narrativa solvente que, sin embargo, se muestra incapaz de plantear los dilemas éticos con la densidad con que los incardinaban los relatos clásicos de antaño.



Para empezar: Christian Bale y Russell Crowe son guapísimos, y lucen muy atractivos en el polvoriento Oeste. Cada uno se remite a arquetipos diferentes, Bale/Dan Evans al prototipo romántico del sujeto lacerado, a medio camino entre Lord Jim (la mancha en el pasado que hay que remitir a toda costa) y Lord Byron (pulsión autodestructiva con cojera incluida), y Crowe/Ben Wade al fscinante y cultivado psicópata post Hannibal Lecter (la película se apunta a esa curiosa temática del cine contemporáneo del psicópata como padre eficaz -en cuanta amo, o pastor, por ponernos heideggerianos, de lo Real- que va de El silencio de los corderos a Face/Off o El cabo del miedo).

Así que el interesante núcleo del conflicto, la interpelación ética que el "malo" siente ante el gesto radical y suicida del héroe, se acaba diluyendo en:

a) El alargamiento espectacularizado del clímax, cita obligatoria en cualquier film de acción de los últimos decenios.

b) Sobre todo, una estetización imaginaria en esa fascinación por el aparentemente incomprensible compromiso absoluto del bueno para con su palabra dada. Da la impresión de que si estos chicos no fueron tan guapos la cosa no habría terminado así (de hecho, los muchos feos del film la van palmando de todas las maneras posibles).



Una de las cosas más curiosas del film es páramo nihilista en el que se mueve. Así, el sacrificio del héroe no redunda en beneficio de la comunidad, dado que el tejido social no está desgarrado por una crisis que la amenace, en la forma del “grupo salvaje” que ataca sus fundamentos éticos. Aquí, el progreso representado por el ferrocarril está del mismo lado psicopático que los forajidos, o, si acaso, en una postura más perversa: haciendo bueno el dictum de Marx de que el capitalismo arrambla con todas las relaciones tradicionales, es la llegada del ferrocarril el que supone una verdadera amenaza para la estructura familiar “orgánica”. De esta manera, Dan Evans lleva a cabo su tarea para el ferrocarril para conseguir el dinero con el que pagar las deudas que la mafiosa presión del mismo ferrocarril le ha impuesto, en un círculo vicioso que no tiene escapatoria, salvo la inmolación algo efectista del protagonista.

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