jueves, 7 de abril de 2011

Todos los libros del mundo


Paulos quería tener al mismo tiempo en su mente las mentes de todos, obedientes a su discurrir, diciendo las palabras que imaginaba. Todo sucedía en su presencia, siendo Paulos el único posible nudo de cien hilos diversos, hilos que se hacían uno solo en él, al que daba vida, como sangre en vena, el soñar suyo. Esto era posible mientras, en otro lugar, no hubiera otro soñador contrario que había imaginado más de una vez, cada uno moviendo las piezas de sus sueños como sobre el tablero las suyas los jugadores de ajedrez.


Si no me engaño El año del cometa es una de las últimas novelas de Cunqueiro, ese escritor gallego que se diría que ha leído todas las historias y todos los poemas, y cuyos fanáticos lectores parecen haberse conjurado para que su fama se mantenga confinada en espacios manejables, no vaya a ser que le ocurra como a Bolaño, secuestrado por los norteamericanos.

El protagonista de la novela es Paulos, un astrólogo ucrónico que habita un mundo imaginal utópicamente preindustrial donde los gremios artesanales conviven con ermitaños cristianos y los consejos medievales. Con ocasión del paso de un cometa imagina que una catátrofe en forma de rey invasor acecha a su ciudad, Lucerna, y cual rebelde libio parte en busca de ayuda entre los guerreros occidentales, ejemplificados en las figuras del rey David, el rey Arturo y Julio César.

El año del cometa es una reflexión sobre la escritura, claro, y la relación del escritor con la tradición cultural, que en el caso de Cunqueiro, como sabe cualquiera que haya leído sus novelas o sus artículos, linda con el infinito. Paulos se encuentra con unos personajes literarios paródicos, cansados, enfermos, arrasados, lo que puede llevar a dos lecturas:

a) Toda obra actual se levanta sobre las ruinas de los grandes textos de la tradición (la judeocristiana, la greco-romana y la artúrico-medieval, o sea, lo que solemos llamar Occidente).

b) Esa misma tradición está a punto de desaparecer, ha dejado de ser operativa, ya no es capaz de fructificar en un nuevo imaginario, y a la literatura sólo le queda alimentarse de esa desaparición.

Una novela de Cunquiero es fácilmente identificable, con ese imaginario que se gasta al que podría denominarse costumbrismo mágico o deconstrucción castiza, y donde personaje míticos o héroes trágicos tienen que habérselas con detalladas recetas de cocina o ser capaces de describir los diferentes tejidos que componen un traje de gala, que en la obra del gallego la materia del universo anda en perfectas nupcias con la gloria del mundo imaginal.

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