Hélas pour moi! es una de mis películas favoritas de Godard y una de mis películas favoritas de los 90 y una de las historias de amor más bonitas de las últimas décadas. Además, tiene el valor añadido para un irredento snob como yo de que ni a los godarianos les gusta, ya que el director se dedicó a despotricar contra ella y, sobre todo, contra Gerard Depardieu, del que echó pestes en cuanto abandonó el rodaje, al parecer antes de tiempo.
Total, que casi puedo decir que sólo me gusta a mí. Tiene un comienzo deslumbrante en el que el narrador, Abraham Klimt, cuenta una fábula en la que se narra como el hombre ha ido perdiendo la capacidad para articular una palabra verdadera, una oración que le permita comunicarse con Dios y operar de esta manera en el mundo. En seguida descubrimos que Abraham busca una historia, un relato, que podría haberse encarnado en un hecho milagroso, una pareja que conoció el amor.
El film pasa a la noche del acontecimiento, en el que dos cuerpos pudieron encontrarse, el de la heroína, Rachel, y el de su marido, Simon, que parece haber sido encarnado por Dios Padre para conocer la pasión de la carne (en uno de los típicos chistes de Godard Dios le explica a la mujer que para fruslerías como redimir a la humanidad manda a su hijo). Si bien en pantalla grande es difícil saber lo que pasó (dado que Godard no lo pone demasiado fácil), el dvd permite descubrir unos insertos de un par de frames en los que Godard introduce unos planos detalle de una penetración genital (como hasta ahora sólo había visto la peli en el cine me habían pasado desapercibidos, en casa tuve que congelar la imagen para descubrir de qué se trataba). En este sentido, se puede decir que Hélas pour moi! es escandalosamente antilacaniana, y su teme central es, precisamente, el de las condiciones que han de darse para que las relaciones sexuales sí existan.
Tal vez sea en este film donde se manifieste más explícitamente la tensión del cine de Godard entre el anhelo y la imposibilidad del relato en nuestra contemporaneidad, donde las palabras que puedan articular una experiencia verdadera han desaparecido, sin que por ello hayan dejado de ser imprescindibles, por lo que el encuentro epifánico entre los dos cuerpos se narra directamente como un milagro, una temática ésta del asombroso encuentro entre el cuerpo y la palabra que recibe el nombre del amor que ocupa al Godard de los 80 y 90 (entre otras cosas, claro).
Si bien uno acaba aceptando que el amor es posible en el mundo, que no es improbable que (al menos en Francia) haya curas que lean a Péguy y que hasta es verosímil que la versión judeocristiana de Zeus todavía se dé vueltas por la tierra para perseguir hermosas damas (y que el arcángel que se trae de ayudante para que le enseñe a hablar en condiciones le eche la bronca por no elegirlas más macizas), donde a Godard se le va la mano es al presentarnos una profesora de literatura que consigue que sus alumnos se entusiasmen tanto por la materia que se aprendan de memoria párrafos enteros de Lord Jim y de La educación sentimental. Y es que hay cosas tan absolutamente imposibles que incluso en la ficción más fantástica resultan inverosímiles.
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