Podemos dividir la obra de Ford en tres categorías: las películas en las que no pasa casi nada, las películas en las que no pasa nada y las películas en las que no pasa absolutamente nada. They were expendable es de las segundas, al fin y al cabo el film dedica un 0'5 % del metraje a mostrar un par de secuencias en que los protagonistas atacan barcos japoneses.
La película sigue a las tripulaciones de unas lanchas torpederas situadas en el Pacífico en el inicio de las hostilidades con Japón. Como el alto mando norteamericano no confía demasiado en esas barcas como arma eficaz frente a la marina japonesa les encargan labores de intendencia, vigilancia, correo, transporte de tropas... Van de base en base, pierden efectivos en ataques, las lanchas se averían, retroceden con el resto del ejército ante el avance enemigo, se las ven y se las desean para encontrar recambias o munición. Los marineros mueren, caen heridos, se integran en otras unidades, el film va reduciendo el grupo sobre el que centra su mirada. En un momento de desesperación les piden que intenten hundir un crucero japonés (lo que consiguen hacer), en otra ocasión tienen que trasladar a un super general (imagino que McArthur) junto con su familia para que pueda volar a Australia a dirigir con eficacia y a salvo la guerra.
Si por un lado Ford manda a la segunda unidad a filmar unos planillos para montar las secuencias bélicas (que luego debió de montar un becario), en el centro de la película coloca una escena emblemática en su cine a la que tengo la impresión de que no se ha dado mucha importancia. Me refiero a una comida ritual (en este caso una cena) en la que una mujer comparte mesa con varios hombres, una imagen que reaparece en varios filmes del director, en todos los casos que ahora recuerdo en entornos o momentos de fragilidad (un campamento en Rio Grande, una guerra en The horsesoldiers). Se diría que este frágil ritual en el que un grupo de soldados, inmersos en una vorágine de violencia y destrucción, detienen esa entrega a la pulsión para homenajear a una mujer, entendida como una presencia extremadamente valiosa ajena a la espiral destructiva en que viven, es el punto mínimo civilizatorio a partir del cual se puede construir algo parecido a una comunidad.
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