martes, 20 de septiembre de 2011

Cool desperado


Creo que toda la crítica nacional se ha apresurado a señalar la influencia de Isabel Coixet sobre la peli de Sarah Polley, y hasta con cierto punto de orgullo por tener una cineasta patria con influencia internacional. Es cierto que la Polley consigue ser más cursi y estomagante que la Coixet, algo que hasta ayer podía considerarse metafísicamente imposible, pero apadrinar aunque sea mínimamente esa apabullante nadería es como para echarse a llorar.

Sin embargo, estoy convencido de que debo de ser de los primeros en señalar las marcadas similitudes entre La mitad de Óscar, la excelente película de Martín Cuenca, y Shame, la excelente película de Steve McQueen. En ambas hay un personaje masculino completamente bloqueado emocionalmente que intenta llenar compulsivamente el agujero negro dejado por la desaparición de un objeto de deseo incestuoso (la hermana, vamos). Lo que en Óscar es un episodio, el intento fallido y pulsional de suturar la herida con un objeto sustituto (otra mujer, para entendernos, que luego me dicen que no se entiende lo que escribo) se expande en el film de Mcqueen a toda la geografía del film. Brandon se entrega al sexo prostibulario de vez en cuando, y se pasa el día pegado al ordenador en páginas porno, que ya se sabe que es más fácil lidiar con las mujeres cuando mantienen la pantalla fantasmática de por medio y no molestan con exigencias de cualquier tipo.

Como en Hunger, en Shame también encontramos un tour de force en forma de plano secuencia larguísimo, un intento de establecer un contacto mínimamente emocional con una compañera de trabajo en una cita comm'il faut, en restaurante y con ropa de gala, una secuencia muy incómodamente divertida, aunque lo que priva es el desaforado deseo de filmar a Fassbender, que es quien marca la diferencia (a su favor) de Shame con respecto a La mitad de Óscar.

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