jueves, 29 de septiembre de 2011

El pecado de The artist


"Falta...el cuerpo, la carne; o sea, falta eso mismo que precisamente, ha de ser superado, salvado, pero que necesita también estar ahí, de carne presente, con su pecado, incluso de la carne, para poder...responder."

Estas palabras del Diario de un pintor que Ramón Gaya escribió a su llegada a Italia en el 52 y el 53 explican perfectamente las carencias de The artist, el film de Hazanavicius que arrasó con el Premio del público en San Sebastián. The artist tiene una gran virtud, y es la radical sinceridad con que plantea su apuesta por gratificar al espectador. Su intención gustar al público es casi una opción ética: no hay cálculo económico, sino un manifiesto acerca del cine como un espectáculo para fascinar, porque el director considera que el cine debe de ser eso. A pesar de los gags que pueblan el film, éste no propone una segunda lectura irónica para satisfacer a la elite cinematográfica, tan aficionada a las cosquillas esotéricas para iniciados.

Finalmente, The artist resulta un artefacto algo frío, una miniatura perfecta de la que ha sido evacuada esa carne cuya presencia Gaya reivindica para que pueda ser trascendida. Sin esta presencia de lo Real, el relato se queda paticojo, y la película acaba siendo degustada como un caramelo al que le falta chicha.

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