Lionel Essrog y Alvy Singer han crecido en Brooklyn. Lionel es el narrador de Huérfanos de Brooklyn, la primera novela de Jonathan Lethem que leo, y Alvy Singer es el nombre que se pone Woody Allen en Annie Hall, la película por la que ganó un Oscar que no fue a recoger.
Lionel, el narrador de Huérfanos de Brooklyn, tiene el síndrome de Tourette, síndrome del que tengo noticia gracias a uno de los casos que narra Oliver Sacks. La novela está casi entera en el título: está omnipresente la ciudad, y la marcada ausencia del padre. Los protagonistas son unos huérfanos a los que adopta un mafiosillo del barrio al que adoran como a una divinidad patriarcal de la época en que se adoraban deidades patriarcales. En la primera escena este padre postizo muere asesinado, y en el resto Lionel recapitula su relación paternofilial mientras investiga el laberinto más o menos oscuro en el que andaba metido el muerto.
Como novela negra no está mal, aunque me da la impresión de que tiene un barniz de trabajo de comité de editorial, con todo muy bien puesto y las cosas bien cerradas, sin nada desmelenado. Hay una suave crítica al zen, o al menos al zen occidentalizado que es la cara amable del capitalismo depredador japonés (la novela tiene unos años), y aparecen los personajes arquetípicos del género más o menos puestos al día, sin que falten alusiones a la ambigüedad de la posición del narrador.
Annie Hall le ganó el Óscar a La Guerra de las Galaxias, lo que en su día me pareció incomprensible. Yo tenía 11 años y recuerdo la fascinación que me produjeron las aventuras galácticas de los chicos de Lucas, fascinación, por cierto, que se ha trocado en absoluto aburrimiento en una reciente revisitación de lo que pude aguantar de la peli. Tardé años en ver la película de Allen, que el otro día me senté a ver con mi hija, que se perdió bastantes de las incontables citas que jalonan el film.
Annie Hall es bastante ambiciosa, y tiene uno de los guiones más complejos de Allen, sin que se note demasiado. Resulta pasmosamente misógina, con esa sucesión de encuentros sexuales con mujeres inevitablemente frígidas, y destila cierto resentimiento contra el establishment cultural que no había percibido hasta ahora. Si Lethem le da tobas al zen, aquí Allen se cachondea de lo lindo del orientalismo que en los setenta debió de asolar Hollywood, que es retratado como un sitio donde la gente vive de fiesta en fiesta compitiendo en banalidad. Siendo bastante divertida, tiene ese punto cruel que utiliza el director sobre todo en las películas en las que actúa por el que busca la complicidad del espectador ridiculizando al resto de los personajes, algo que a veces llega a sacar de quicio.
Una vez entrevisté a una actriz que había participado en uno de sus films (Rhada Mitchell en Melisa y Melisa) y me confirmó lo que se cuenta de que no da indicaciones a sus actores, ni señala si algo no le ha gustado, simplemente pide repetir la secuencia. Tan verborreico en sus personajes, parece que linda con el autismo cuando no está delante de las cámaras. Una última anécdota: en San Sebastián lo llevaron a cenar a Arzak y sólo se comió un huevo duro.
(La foto que encabeza la entrada se la he robado a Qualunque sin pedir permiso ni nada)
2 comentarios:
Hasta que no he leído el final de tu entrada pensaba en comentarte que yo tenía una foto muy parecida a la que habías colgado...
Al fin y al cabo cuántas fotos no se habrán hecho a ese puente...
Me gusta mucho Allen, pero que le lleven de cena en Donosti y se coma un huevo duro... no tiene nombre!!
No he visto "Melisa y Melisa" (y Melinda y Melinda tampoco :-)
Qué bueno lo de melisa y melisa!
Descubrí la foto el mismo día que me vi Annie Hall, así que me pareció perfecta para hablar de Brooklyn, barrio del que no sé nada, como de Nueva York o EEUU, donde no he estado nunca.
Como a mis hijos les ha dado por ver pelis de Woody Allen, me estoy volviendo a ver muchas que sólo había visto en su estreno, o que me había perdido.
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