Anteayer soñé que hablaba con una compañera, y le decía que El hombre elefante era la mejor película de los 80. Le conté el sueño a Susana, y hoy me ha mandado un mensaje informándome de que El País vende la película con el periódico. Lynch rodó esta película después de hacer Eraserhead, esa pesadilla siniestra y fundacional que, desde luego, no hacía presagiar que su autor se haría cargo de este impresionante fresco victoriano que narra la vida de Merrick, un personaje histórico que pasó de ser monstruo de feria a celebridad de la alta sociedad. El hombre elefante es la gran epopeya de la subjetividad pura que ha dado el cine contemporáneo, encarnada en esa llaga andante que es su protagonista, con quien ninguna identificación imaginaria es posible. Hermosa hasta la inverosimilitud, la convicción con que Lynch afronta la historia resulta tanto más sorprendente viendo la deriva posterior de su obra, donde el escarnio de cualquier ley y un universo anegado en la psicosis son norma obligada.
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