Qué barbaridad, qué digo el azar, nada por debajo de un designio divino puede haber hecho que coincida en este blog, cuyo número de lectores aumenta exponencialmente (habiendo pasado de dos a ocho, que para los que no recuerden las matemáticas de EGB, es dos elevado a tres), la entrada acerca de El hombre tranquilo (casi un encargo de Susana) con La hija de Ryan, que pasaban ayer en la Filmo para éxtasis de los elegidos que allí estábamos (no demasiados, todo hay que decirlo). Pues estas dos películas forman un díptico extraordinario por similitudes y, sobre todo, oposiciones, ideal programa doble para darse un atracón de cine y entrar en eruditas disquisiciones sobre puesta en escena, destinadores simbólicos, la relación entre goce y comunidad, chivos expiatorios y todo tipo de temas aquí recurrentes.
Como hasta el final del ciclo que le ha dedicado la Filmoteca no me he decidido a frecuentar las películas de David Lean, al que trataba con la condescendencia con que el grueso de la crítica le considera (a pesar del entusiasmo de Alejo, que yo creo que es el que me ha animado a pasarme por el Doré, aunque haya sido a última hora), no tenía ni idea de que La hija de Ryan había sido un rotundo fracaso en su filmografía, y que se había tirado catorce años sin rodar, y todas esas cosas sobre esta película que, por lo que me cuenta Susana, sabía todo el Universo menos yo. Y da un poco igual, porque lo que pasara en su estreno hace casi cuarenta años nos importa un bledo (aunque lo bueno de un blog es que se pueden aventurar hipótesis más o menos arriesgadas: tras verla diría que una época tan convencionalmente transgresora como la de inicios de los setenta no era capaz de aceptar cosas tan escandalosas como esa visión aterradora de una comunidad embarcada en una -justa- guerra de liberación, por no hablar de la dignidad de la figura del sacerdote católico, probablemente el último cura en la historia del cine a la altura de su cometido simbólico), porque La hija de Ryan es una película sublime, extraordinaria, un alarde de plenitud de facultades plásticas y narrativas, y aunque dejo el análisis para otra entrada, contar que volvemos a asistir al trayecto de una mujer enfrentada a la imposibilidad de acceder al goce, que ya oigo las protestas por lo que me repito.
Y en vez de contar el argumento, voy a proponer alguna película para acompañar el visionado de ésta: la ya citada El hombre tranquilo (casi su opuesto); Dies Irae, de Dreyer (que a ver si le quitamos de una vez la caspa a Dreyer del rollo del misticismo, cuando se pasó toda su vida obsesionado con el tema del goce femnino-y su imposibilidad-); La emperatriz Yang Kwai Fei, de Mizoguchi (el otro gran director de la historia del cine que dio vueltas al tema), que repite también la escena de la turba que lincha a una mujer como metáfora de la pulsión que no encuentra una vía de canalización; y El espíritu de la colmena, cuyo protagonista masculino (Fernando Fernán Gómez) bebe directamente del Robert Mitchum de esta película (éste se dedica a las flores como el otro a las abejas).
1 comentario:
Después de leer todas estas entradas apasionadas sobre David Lean, por fin vi anoche La hija de Ryan, en DVD, lamentablemente, y digo lamentablemente porque está claro que es una peli para ver en el cine, aunque mi copia era muy buena y los azules del mar y los verdes del campo eran maravillosos.
Y me gustó mucho, muchisimo(aunque yo prefiero Doctor Zhivago). Visualmente es una pelicula preciosa: la luz, el color, las fotos de la pleamar, de las mareas en las inmensas playas,los acantilados,los espacios abiertos... Y la historia es verdaderamente emocionante. Rose es una chica con la cabeza llena de pájaros, la chica más especial del pueblo (no hay más que ver a las otras), la que lee novelas románticas... y la que tiene claro que quiere tener una vida diferente a la que tiene y que quiere ser otra persona, y está segura de que la única manera de conseguirlo es a través del matrimonio... y del sexo. El problema es que se equivoca de hombre (como siempre, porque si no, no habría historia). Se casa con el maestro del pueblo, un fantasma del tipo de hombre con el que sueña, que está claro que la quiere muchísimo, pero no deja de tratarla como a una niña o a una alumna. Rose lo que espera es sentirse deseada, no querida. Y el profesor no cubre sus expectativas, por lo que se siente tremendamente desgraciada, y nadie es capaz de alcanzar a comprender por qué (nos lo cuenta en todas esas conversaciones que tiene con el cura, que al parecer es el único con sensibilidad suficiente para darse cuenta de lo que le pasa, aunque está claro que desde su posición no puede autorizarla a dar rienda suelta a sus deseos).
Hasta que aparece el mayor. Tampoco es un principe azul, todo lo contrario, un oficial de guerra, retirado de la primera linea del frente, con heridas físicas y psicologicas de las que no se podrá desprender jamás. Él se refugia en ella y ella encuentra en él la mirada de deseo que necesita. Ambos cubren sus necesidades de afecto. ¿Y qué pasa con el profesor? Sospecha y conoce desde el principio la infidelidad de su esposa, pero no deja por ello de querer a Rose. Sobre todo después del linchamiento del final, donde es humillada públicamente delante de todo el pueblo, una sociedad que al parecer no puede soportar que individuos diferentes convivan dentro de la comunidad (y mucho menos una mujer que desea y goza, qué descaro). El final es precioso. Se marchan del pueblo, cogidos del brazo, apoyandose mutuamente, ella esconde su cabello trasquilado bajo un sombrero que sale volando, una de las niñas del pueblo, fascinada igual que la Rose del principio por el hombre-profesor, le regala un ramillete de flores silvestres; Rose besa cariñosa a Michael, el tonto del pueblo enamorado de ella, al que siempre ha rechazado con cierta repulsión, identificandose con él por primera vez o quizás al reconocer en Michael la humanidad que siemre le ha negado. Y el "regalo" de despedida del Padre Hugs, planteando la duda de la separación del matrimonio (creo que es evidente que no se separarán).
En ocasiones me ha recordado algún momento fordiano: toda la comunidad unida, junto al lider de la resistencia local y frente a la protagonista, igual que "En el hombre tranquilo" toda la comunidad vivia pendiente de las peripecias de O´Hara y Wayne. Y la foto del pueblo, las dos hileras de casas a lo largo de una calle, me ha traido la misma imagen del pueblo minero de Qué verde era mi valle.
A cierto comentario acerca de que todas las mujeres estamos casadas con un maestro pero queremos estar con un mayor... pues es posible, aunque ninguno de los dos personajes da el tipo del todo. Como he dicho antes, el mayor no es ningún principe azul, y puestos a pedir, mejor tener un "hombre completo", capaz de querer y desear por igual.
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