lunes, 7 de julio de 2008

Lawrence de Arabia



Las casi cuatro horas de Lawrence de Arabia nos agotaron a los que fuimos a la Filmoteca (salvo al irreductible Alejo), y eso que un montón de razones, muchas de ellas extra-cinematográficas, ayudan a disfrutar de una película muy popular en su día, pero que para un espectador "normal" de hoy en día debe de resultar casi tan difícil como El viaje de los comediantes, por poner otro ejemplo de tocho histórico de la misma época.
La rebelión árabe contra el imperio turco (que llevaba siglos en la zona) fue apoyada con tibieza por los ingleses, que siempre se negaron a dar armas en exceso a los que ya veían como súbditos suyos (como los norteamericanos de hoy a los iraquíes, vamos), y siempre ha sido considerada una cuestión muy secundaria en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, aunque los conflictos de la zona han vuelto a sacar a la luz la protohistoria de la crisis, o sea, el infame acuerdo Sykes-Picot, por el que Francia e Inglaterra se repartían la zona turca (el dominio se terminó prácticamente con la crisis de la nacionalización del Canal de Suez, cuando EEUU y la URSS les dijeron que los que mandaban entonces eran ellos, y que se dejaran de batallitas de abuelos). La película muestra simplificada pero convincentemente los tejemanejes políticos de las potencias y, sobre todo, las dificultades de unir a las diferentes tribus árabes, algo que sigue a la orden del día.
Siendo una película en la que no salen mujeres, Lawrence de Arabia es una película sorprendentemente poco viril: Peter O'toole interpreta al protagonista con un punto de afeminamiento bastante marcado, y el porte digno de Omar Sharif lo que hace es que la pareja parezca un matrimonio. La escena en que Lawrence es torturado y violado por los turcos es casi escandalosamente ambigua (¿qué tipo de goce se inscribe en su rostro?¿por qué parece un iluminado tras su paso por el calabozo?). Sin duda, el gran logro del film es el retrato de Lawrence como un pozo de contradicciones: nunca se ha sabido si realmente era tan ignorante de lo que se tramaba en las alturas a espaldas de los árabes, y desde luego se preocupó mucho por construir su leyenda. El Lawrence real debió de ser tan megalómano y narcisista como el de la película (genial la escena en que se pasea como una diva ante sus admiradores sobre un tren que acaba de ser atacado, y en el que un travelling acompaña a los enardecidos guerreros siguiendo a la sombra de Lawrence, una sombra omnipresente en toda la película, y que nos habla de la inconsistencia simbólica del personaje, en cierta manera un espejismo imaginario).
Otro de los valores de la película es su fisicidad: décadas antes de que los efectos digitales evaporasen la carne (lo real) de la pantalla, si querías poner a ochocientos tíos a caballo en un desierto, allí te tenías que ir con ellos. Aquí el sol y el polvo son axfisiantes, y cada metro atravesado es una heroicidad.
Lawrence escribió un libro sobre su experiencia en la guerra, Los siete pilares de la sabiduría, cuyo primer manuscrito se perdió; de siempre ha circulado la leyenda de que era muy superior al que reescribió. También se ha comentado mucho cuanto de elaboración ficcional hay en él. En cualquier caso, no parece que los norteamericanos se hayan llevado a ningún Lawrence a Irak o a Siria para hacer amigos poe aquella zona.

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