El otro día se dio la feliz e inusual casualidad de que la película de la que hablaba Jesús Cortés en su blog estaba en la biblioteca que me surte de material audiovisual. The long gray line es como si a Almodóvar (salvando las distancias) le encargan una historia del Real Madrid y nos mostrase durante más de dos horas las comidas familiares del que hubiera sido taquillero del Bernabeu toda su vida, con algún plano de los jugadores volviendo a la ducha tras algún entrenamiento.
La película comienza con el protagonista explicando al presidente de EEUU (sin duda Eisenhower, ya que todo indica que se conocen) que no pueden echarle de West Point tras 50 años de su vida allí, ya que, entre otras razones, hay que asuntos que está empezando a manejar bien, ya que hay "cosas en el ejército que se tardan en aprender 30 o 40 años", manifiesta confesión fordiana sobre el oficio del cine. Lo que viene a continuación es una especie de repaso de todos los géneros cinematográficos, desde el slpastick al melodrama, tal vez con la excepción del bélico; aquí no vemos a nadie pegando un tiro, ni hacer la instrucción, ni nada por el estilo: como mucho, cientos de cadetes desfilando y tocando marchas populares.
Resultan aquí evidentes las razones por las que Ford es un director tan productivo para la modernidad, a pesar de ser la quintaesencia del narrador clásico, con su habilidad para narrar desde los intersticios, la abundancia de tiempos muertos o el placer con que se entrega a la filmación de pasajes anarrativos.
The long gray line es una especie de tratado hermenéutico sobre el sentido. Contra la doxa manierista tan popular hoy en día acerca de un sentido oculto que hay que descubrir, escondido tras las apariencias, y al alcance sólo de une elite capaz de afrontar esotéricos conocimientos, la ética democrática fordiana reivindica el carácter textual y construido de la verdad, algo que sólo existe en cuanto sostenido por la palabra de la comunidad, que no es un ente abstracto, si no la suma de unos individuos que deben asumir el valor de su palabra y arrostrar los sacrificios que conlleva el mantenerla. Obviamente, esa construcción social del espacio de la verdad exige que haya una transmisión continuada entre generaciones, una filiación simbólica que es el tema por antonomasia del cine clásico norteamericano (y su erosión, desaparición, destrucción o inversión psicopática el tema del cine postclásico), que es como decir de Ford, un director tan clásico, tan clásico, que acabó haciendo películas rarísimas y libérrimas.
2 comentarios:
Me ha hecho mucha gracia lo de la "inusual casualidad", algo muy cierto referido al soberbio blog de Jesús Cortés. A mi también me gusta "The long gray line" como dije allí.
Hola, Sergio.
Ésta la había visto, lo cual es más raro tidavía.
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