¿Dónde queda la casa del amigo? preguntó el jinete en el crepúsculo.
El cielo se paró en seco.
El peregrino entregó a la oscuridad de la arena
el ramo de luz que salía de sus labios
y dijo señalando a un álamo:
Delante del árbol
hay una callejuela con jardín, más verde que el sueño de Dios
donde el amor es azul como las alas de la verdad.
Ve hasta el final de esa calle que empieza en la adolescencia
luego gira hacia la flor de la soledad
y justo dos pasos antes de la flor
quédate al lado de la fuente eterna de las leyendas terrenales,
donde te alcance el miedo transparente.
En la sinceridad que fluye alrededor oirás un susurro.
Verás a un muchacho,
ha trepado a un pino alto para coger un polluelo del nido de la luz.
Le preguntarás: ¿Dónde queda la casa del amigo?
Es opinión unánime entre los conocedores de la poesía persa que el título de la celebérrima película de Kiarostami es una cita de Dirección, uno de los poemas más conocidos del más conocido de los poetas persas del siglo XX, Sohrab Sepehri (bueno, quiero decir que debe de serlo porque es el único que yo conozco).
Si bien aparecen muchos elementos reconocibles en el film, allí no alcanzan esa estatura iniciática: en la película nadie es capaz de guiar a su protagonista a través de las colinas, los bosques y los laberintos; incluso el personaje más positivo, el ebanista tradicional que parece poseer una sabiduría ancestral, acaba diluido en la equivocación y en un balbuceo cansino y repetitivo. Si finalmente algo del orden de la revelación se produce, esto es ajeno a la intervención de los adultos: es el viento y la noche y las sábanas los que parecen acercar el conocimiento a Ahmad.
(Es fácil encontrar versiones ligeramente diferentes del poema en la red, yo lo he copiado de Salvo el crepúsculo)
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